La sociedad aplaude retóricamente el valor del trabajo de cuidados, pero a la hora de la verdad, lo castiga en la nómina y, más aún, en la jubilación. Es una hipocresía estructural que miles de mujeres soporten la carga invisible del sistema social para encontrarse, al final de su vida laboral, con una brecha de género en las pensiones que las condena a la vulnerabilidad.