Teherán muere de sed

Para decenas de millones de ciudadanos iraníes la vida cotidiana se ha vuelto una pesadilla al estar sufriendo la mayor plaga que hayan conocido en cualquier momento de su historia. Se trata de una escasez de agua, a tal grado aguda que está obligando a un éxodo masivo de la capital, esa gran urbe que es Teherán, que además se está hundiendo entre 25 y 30 centímetros cada año, pero de una forma tan irregular que ello presagia catástrofes inevitables dadas las condiciones sísmicas de esa zona. El movimiento poblacional está siendo rápido, caótico, y los asentamientos irregulares se han vuelto la norma junto con cortes continuos de electricidad que dejan a oscuras a barrios enteros cuyos residentes sufren temperaturas hasta de 40 grados centígrados en la temporada cálida del año. En ese contexto tan crítico, las disputas por la propiedad y los derechos de uso de las fuentes acuíferas en las zonas rurales, han desembocado en graves hechos de violencia entre individuos y comunidades. La crisis no obedece principalmente a la mano de la naturaleza operando de forma incontrolable para castigar a los iraníes. Lo que se vive es en esencia el resultado de décadas de gobernanza del país bajo la guía de una ideología cargada de fanatismo, un fanatismo religioso cuyas prioridades han estado siempre conectadas con el más allá, un más allá concebido a modo por líderes políticos y religiosos borrachos de poder, quienes a lo largo de los 45 años que lleva el régimen de los ayatolas, han puesto al cumplimiento estricto de la sharía y a la misión de la guerra santa islámica en su modalidad chiita, por encima de las necesidades básicas de su población, de sus derechos humanos elementales y de su desarrollo social en general. En 1979, cuando la revolución islámica derrocó al régimen del sha, el nuevo liderazgo prometió el establecimiento de un excelso paraíso donde todo lo padecido en las décadas pasadas desaparecería. Pero, muy pronto, las expectativas de quienes masivamente habían apoyado el cambio revolucionario desaparecieron en medio de una nueva tiranía capaz de cualquier acto de barbarie a nombre de la voluntad de Alá. En ese contexto, las políticas públicas para manejar y resolver problemas sociales quedaron subordinadas a los principios ideológico-religiosos propios de un islam fanatizado, sin importar el costo que eso implicaría en términos del bienestar social. Uno de los ejemplos más claros de las trágicas consecuencias de tal perspectiva puede ser apreciado en lo que hoy ocurre con el brutal desabasto de agua en el país. En los últimos años del régimen del sha ya se resentía la escasez del líquido por lo que el gobierno recurrió a quien en aquel entonces podía brindarle ayuda para superar el problema. Fue ni más ni menos Israel, que batallaba con una situación similar, pero que había creado tecnología de punta adecuada para ello, quien entró en escena como asesor. Se empezó entonces, mediante una colaboración conjunta de ingenieros de ambas naciones, a construir ductos, experimentar con mecanismos de desalinización de agua y a trabajar la tierra mediante prácticas agrícolas innovadoras a fin de racionalizar el uso del líquido. Poco se consiguió avanzar porque con la llegada al poder del régimen revolucionario islámico, los expertos israelíes fueron expulsados, sus colegas iraníes quedaron marginados y la política del manejo de los recursos hidráulicos quedó en manos de la burocracia del régimen, sin preparación en esa área. A partir de entonces reinaron la improvisación, el desorden y la corrupción que prohijarían el desastroso estado de cosas actual en ese rubro. El represivo gobierno iraní, en su necesidad de dar explicaciones que lo deslinden de la responsabilidad de haber sido el principal artífice de la crisis, por su fanatismo e incompetencia, está recurriendo a patrañas como la de que “agentes extranjeros nos están robando las nubes”. Ojalá las lecciones que deja este caso fueran aprendidas por tantos regímenes populistas y/o fanáticos de nuestra actualidad, que en vez de soluciones racionales a las problemáticas sociales, con base en investigaciones serias, entregan pura palabrería hueca, llena de promesas de paraísos en el otro mundo. Columnista: Esther Shabot Imágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0