Músicos y amigos del instrumentista septuagenario se movilizan para ayudarlo después de que una incidencia burocrática lo haya dejado sin la cobertura médica que necesita La vida de Antúnez ha dado en 2025 un brusco vuelco de 180 grados. Nació en La Habana en 1952 como Eudaldo Valentín Antúnez Hechavarria, pero todo el mundo lo conoce por su apellido. Músico de raza, como buena parte de sus compatriotas, no ha hecho otra cosa en su vida. En Cuba se labró una sólida carrera de instrumentista acompañando a figuras de relumbrón, desde Omara Portuondo a Beatriz Márquez, y trabajó para la misma empresa de contratación que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Recaló en Córdoba en 1996 y aquí se ha forjado un nombre de músico solvente, curtido en mil orquestas, versátil, dinámico y siempre disponible para subirse a un escenario. Hasta que hace poco más de seis meses sufrió un severo ictus que le ha bloqueado el habla y limitado la movilidad de su mano derecha. Desde entonces, su actividad musical se ha cortado en seco. No puede tocar el teclado ni el bajo y se ha esfumado la única fuente de ingresos de que disponía. Son las once de la mañana de un día gris de otoño y Antúnez abre la puerta de una austera vivienda que comparte con otros inquilinos en la Huerta de la Reina. Le acompaña Cristóbal Agramonte, saxofonista cubano, instalado en Córdoba desde 1992 y colega inseparable de Antúnez desde los años vibrantes de La Habana. “Él pertenece a una generación mayor que yo y en Cuba era un músico muy sonado”, explica Agramonte. “Tocaba con gente importante y acompañaba, entre otros muchos grupos, a cantantes de bolero. Los dos estuvimos trabajando para la misma empresa que la Nueva Trova. Él tocaba con un grupo muy conocido que se llamaba Monte Espuma y coincidimos en un espectáculo del teatro Bertolt Brecht”. En Cuba ha tocado con gente importante, desde Omara Portuondo a Beatriz Márquez Antúnez apenas puede articular pequeñas frases que cuesta entender. Ha experimentado un significativo avance gracias a las sesiones de rehabilitación y logopedia que recibe desde que sufrió el último y más grave de los tres ictus. Todos los gastos de manutención y terapia son cubiertos por un grupo de amigos y músicos, que se han organizado para recaudar fondos y sostener la precaria vida del instrumentista cubano de 73 años. Desde hace medio año no tiene ni un ingreso y las perspectivas son poco halagüeñas. Los amigos trabajan contrarreloj para conseguir la documentación que le permita a Antúnez recibir la rehabilitación adecuada de la sanidad pública y acceder a una ayuda mínima del Estado. En uno de los quiebros de su accidentada vida, el músico cubano olvidó renovar el NIE y ahora la burocracia sanitaria bloquea una asistencia que es urgente. Y no es un problema menor. La recuperación de un ictus depende en gran medida de la celeridad con que se actúe en el primer año. “Estoy mejorando un poquito”, dice a trancas y barrancas Antúnez, asistido por su amigo Cristóbal Agramonte, que se encuentra sentado a su lado. La música ha sido todo en su vida. Empezó a tocar con 9 años cuando ingresó en la escuela militar Camilo Cienfuegos. Descendiente de Blas Roca Calderío, una familia de viejos revolucionarios, pronto descubrió que lo suyo era el pentagrama y cambió el uniforme militar por la guitarra para emprender una fructífera trayectoria como arreglista y músico todoterreno. Eudaldo Antúnez, en una imagen de archivo En 1996 aterrizó en Algeciras con la banda del hermano de Pancho Céspedes. No era la primera vez que viajaba a Europa en una de sus múltiples giras. Pero en esta ocasión ya no regresó a Cuba. Tomó rumbo a Córdoba, donde vivía su amigo Cristóbal Agramonte, y aquí se enroló en una orquesta para buscarse la vida. “Me dijo: yo me quiero quedar. No quiero volver para allá. Yo vivía aquí desde 1992 y tenía muchos contactos en Córdoba. Y le dije: vente para acá, que aquí vamos a funcionar”, recuerda Agramonte. Antúnez y Agramonte son dos de los miles de cubanos que cruzaron el Atlántico huyendo de la represión, la “brutal dictadura” y la falta absoluta de perspectivas profesionales. “A nosotros nos llaman desertores. Somos muchos los que nos hemos ido de Cuba. Allí ya no queda nadie”, lamenta el saxofonista cubano. A todos los que escapaban de la isla, el régimen castrista los castigaba con cuatro años sin poder volver a su país ni reencontrarse con sus familias. Antúnez no ha vuelto a Cuba desde hace casi 30 años. Su padre y su madre fallecieron, sus amigos emigraron y su hijo se exilió en EEUU. Solo le queda un hermano en la isla. “No podemos echar de menos aquello”, afirma Agramonte. “Allí no nos quieren y ya no queda ninguno de nuestros amigos”. Antúnez no ha vuelto a ver tampoco a su hijo Didier, afincado en Nueva Jersey, y mucho menos a sus tres nietos. Con todos ellos solo mantiene contacto telefónico. En Córdoba las cosas le han ido razonablemente bien. En 2004 dirigió la banda sonora del espectáculo Wallada, protagonizada por los bailarines Igor Yebra y Aída Gómez y estrenada en el Festival de la Guitarra. En todos estos años no ha parado de colaborar en multitud de proyectos. La lista de grupos con los que ha colaborado es interminable: Orquesta Pirámide, Basalto, X Band, Orquesta Tarantinos, Black & Blues Women, Orquesta Machín, Savage Groove y Time Machine. Ha participado en el Cordobablues y ha pasado muchas noches encima del escenario del Café Málaga y el Jazz Café, donde ha dirigido durante años la jam session semanal. Eudaldo Antúnez, con el saxofonista Cristóbal Agramonte “La ayuda ha sido impresionante”, declara Agramonte. “Antúnez es muy sociable, tiene muchos amigos y ha enseñado a mucha gente música y armonía”. La atención médica de urgencias fue inmediata. La ambulancia lo recogió y el ingreso hospitalario no representó ningún coste para el teclista cubano, pese a que no disponía de los papeles en regla. “Yo le decía a Antúnez: menos mal que te ha pillado aquí con la sanidad pública. No nos podemos quejar y eso tenemos que decirlo con honestidad. La sanidad pública es una bendición. Tenemos a amigos en EEUU y sabemos cómo va este tema”. Otra cosa es la rehabilitación una vez dado de alta del hospital. Ahí el mecanismo administrativo se ralentiza a la espera de tener todos los papeles en regla. Un amigo abogado está intentando acelerar los trámites. El tiempo es vital en esta fase de la terapia. “Llevamos más de seis meses así y nadie lo va a abandonar”, asegura Lola Basallo, una de las amigas de Antúnez. “Está muy limitado y no puede tocar, así que los amigos nos hemos organizado para intentar ayudarlo”. Basallo es consciente de la emergencia sanitaria de Antúnez y echa en falta una reacción más ágil de la administración. “Es de vergüenza los Servicios Sociales. No puedes dejar a un hombre con una enfermedad tan grave y con secuelas tan severas”, protesta. “Y no está en la calle porque los amigos nos hemos unido para sostenerlo”, lamenta. Ni Agramonte ni el experimentado teclista piensan ya en regresar a Cuba. “Córdoba ha sido nuestra segunda casa”, aseguran los dos al unísono. No en vano llevan aquí más de 30 años y su música es ya parte del paisaje cultural de la ciudad. Han tocado en orquestas y bandas de todos los colores. Y ahora acaban de poner en marcha el gran combo solidario por Antúnez.