Cuando era un niño iba los sábados al mercado con mis tías o mi madre y siempre me paraba en un puesto donde vendían cuentos. Y era raro el día que no cayera uno e incluso dos. No quería juguetes ni chucherías, siempre quería volver a casa con un cuento debajo del brazo. Me pasaba horas leyendo. Con el paso del tiempo, por supuesto, cambiaron mis aficiones lectoras. Pasé a los cómics y me compraba un periódico deportivo con parte de la asignación semanal, escueta pero suficiente, que recibía. Siempre buscaba el que llevaba más noticias breves porque así me duraba más. Llegaron los libros, aunque confieso que esos de tropecientas páginas siempre me han tirado para atrás. Eso sí, pasar un rato en una librería ojeando lo que había, siempre me ha gustado.