El derrumbe que podría sufrir el PSOE toma cuerpo en las elecciones a la Junta de Extremadura, con un planteamiento que demuestra que Ferraz y Moncloa, dos entidades ya indistinguibles, no solo actúan a espaldas de los ciudadanos, sino de sus propios votantes. Los resultados de la encuesta de GAD3 que publica ABC son devastadores para el candidato socialista: de empatar con el PP en las anteriores autonómicas, cuando la lista del PSOE logró 28 escaños, Gallardo dejaría a su partido con solo 20 actas, en el mejor de los casos, sin posibilidad real de conformar una mayoría con la coalición de extrema izquierda de Podemos e IU. El PP, por su parte, se dispara en el sondeo por encima de los 30 escaños y se acerca a una mayoría absoluta solo condicionada por el auge de Vox, que, sin embargo, no llegaría a la decena de actas regionales. El órdago de María Guardiola al partido de Santiago Abascal se salda de momento con una derrota sin paliativos para el candidato de Ferraz, castigado por la marca de un PSOE devorado en Madrid por los escándalos y por su papel protagonista en el enchufe del hermano del presidente del Gobierno, un caso que lo sentará en el banquillo la próxima primavera. La desafección toca techo entre los propios socialistas. Como informaba ayer ABC, tres de cada cuatro votantes del PSOE creen que Miguel Ángel Gallardo no debería haber sido el candidato, y más de la mitad considera que siendo presidente de la Diputación de Badajoz colocó a David Sánchez , hermano del jefe del Ejecutivo. Solo Pedro Sánchez sabe por qué designó a Miguel Ángel Gallardo como aspirante, sin primarias y después de que fuera acusado de prevaricación y tráfico de influencias. La posterior maniobra por la que se hizo diputado autonómico para conseguir el aforamiento fue calificada como fraude de ley por el TSJE y no hizo más que agravar la situación. Resulta difícil comprender la designación de Gallardo más allá del intento de no dejar caer a una persona clave en el caso de David Sánchez, y porque, apartándolo de la candidatura, Sánchez estaría exponiendo a su propio hermano. Aquí se dibuja un mecanismo pernicioso por el que el secretario general socialista pone sus intereses personales por delante no ya del conjunto de los ciudadanos, sino de su mismo partido. El encastillamiento de Sánchez en Moncloa para protegerse a costa de sacrificar el futuro del PSOE parece más evidente que nunca, con candidatos en Aragón, Valencia o Andalucía, no solo en Extremadura, convertidos en meros peones de su liderazgo. La candidatura de Miguel Ángel Gallardo explica de manera gráfica el suicidio del PSOE extremeño , pero también debería dar pistas a Pedro Sánchez de lo errada de su estrategia de confrontación y su empeño en simular una lucha quijotesca contra los fantasmas de la 'ultraderecha'. Esa acción política quizá pueda rentarle a corto plazo para escabullirse de la corrupción que asedia a su Gobierno, su partido y su familia, pero no funciona en las urnas. La maniobra del choque contra las instituciones que implica ensalzar a sus activos y a sí mismo como presuntas víctimas de los jueces no parece rendir los beneficios que esperaba. La jugada de apelar al 'lawfare' como explicación de todas las vergüenzas del partido, en la que una oscura confabulación de intereses intenta derribar al sanchismo, tiene cada vez menos sentido en las urnas y augura un futuro difícil para Moncloa en el ciclo electoral que ahora comienza y que citará en las urnas a Extremadura, Aragón, Castilla y León, Andalucía y España en su conjunto, en algún momento.