La red lo aguanta todo. También lo peor. En este océano sin costas, inabarcable, que son las redes sociales, cualquiera puede lanzar una piedra y desaparecer sin dejar rastro. Y lo que empieza siendo una broma, una ocurrencia rápida al calor del teclado, muchas veces termina en una herida profunda para quien la recibe. La impunidad del anonimato ha cambiado las reglas del juego: ya no hace falta dar la cara para herir, basta con un alias y un avatar.