Kast y el ejemplo chileno

La victoria de José Antonio Kast en Chile confirma que la llamada 'marea azul' en Iberoamérica no es un fenómeno aislado ni episódico. Es un giro profundo del electorado hacia el orden, la seguridad y el sentido común, tras años de radicalismo ideológico. Con un 58,16 por ciento de los votos, Kast no solo ha derrotado a la candidata comunista, Jeannette Jara, sino que ha logrado una mayoría histórica: más de siete millones de votos y triunfos en 310 municipios del país frente a los apenas 36 donde se impuso su rival. Más allá de la contundencia de los datos, lo que distingue a este abogado de 59 años, padre de nueve hijos y hombre profundamente piadoso, es el espíritu con el que ha recibido el triunfo. Lejos de caer en el revanchismo, Kast ha pronunciado un discurso de unidad y responsabilidad. Agradeció la labor de sus adversarios, reconoció el coraje de Jara, elogió a los expresidentes de centroizquierda e incluso rindió homenaje a Sebastián Piñera, con el que disputó con dureza el liderazgo de la derecha. Y como gesto final, renunció al Partido Republicano que fundó para asumir el cargo como presidente de todos los chilenos. Ese gesto es elocuente: en tiempos de polarización, Kast propone derribar muros. En un continente fatigado de populismos, promete institucionalidad. En una región agobiada por la inseguridad y la fragmentación, habla de un «acuerdo nacional», de reconstruir confianzas y gobernar para todos. Chile siente que vive una emergencia. La economía estancada, la delincuencia desbordada y el hastío ciudadano tras años de convulsión constitucional piden soluciones, no eslóganes. Kast no promete milagros –él mismo lo advirtió con humildad–, pero pide a los chilenos «energía, firmeza, grandeza para unir al país». Su liderazgo se basa en trabajo, austeridad y valores arraigados. Como repitió en su discurso: «Aquí ganó Chile, y ganó la esperanza de vivir sin miedo». El contraste con España es inevitable. Mientras Pedro Sánchez se aferra a una izquierda radical cada vez más ajena al pulso latinoamericano, los pueblos de la región votan mayoritariamente por otras opciones. Se empeña, además, por confrontar a la derecha con una retórica guerracivilista, levantando muros, rehusando reconocer las victorias del adversario y despreciando a gobiernos legítimos elegidos por millones de personas. Kast, en cambio, ha mostrado que se puede ganar con convicción y gobernar con generosidad. Además, esta victoria representa el cierre de una larga etapa de revisionismo histórico impulsado por la nueva izquierda radical. El Frente Amplio chileno, al igual que Podemos en España, ha repetido durante años que la transición a la democracia fue un mero arreglo entre élites, el segundo tiempo de las dictaduras. Los votantes han respondido de forma clara: Pinochet, como Franco en España, ya son historia, no quieren refundaciones ni asambleas constituyentes fracasadas, sino progreso dentro de un marco institucional compartido. Kast, al reivindicar a figuras de la transición como Aylwin y Lagos, ha devuelto dignidad a una transición, copiada de la española, que dio estabilidad a Chile durante décadas. Este viraje no es un accidente. Lo anticipamos en estas páginas cuando advertimos que la 'marea rosa' estaba en retirada . El desafío de Kast ahora es convertir la esperanza en resultados, el respaldo popular en reformas concretas, y la coalición electoral en gobernabilidad duradera. Chile inicia una nueva etapa. Y si lo hace con prudencia, firmeza y vocación de servicio, puede convertirse en un ejemplo para toda la región.