«Si la Navidad no existiera, habría que inventarla»

Ha llegado la Navidad. Las calles se llenan de luces, la decoración navideña nos inunda por doquier y las inevitables compras para estas fechas se disparan, para regocijo de comerciantes y lamento de nuestras cuentas corrientes. En los últimos años, es costumbre que en las redes sociales aparezcan críticas e incluso furibundos ataques a la Navidad. Tengo para mí que esta actitud hacia la Navidad se explica en gran medida por el imperante cinismo de nuestra época , que hace que cada vez nos cueste más celebrar en público lo bello, lo verdadero y lo bueno. Los aspectos más criticados de la Navidad son los excesos e incluso la cursilería que a veces acompaña a estas fechas. Estarán conmigo en que, al menos en esto, razón no les falta –valgan como ejemplo esos mensajes de WhatsApp tan impersonales, mil veces reenviados en Nochebuena–. Sin embargo, en realidad el consumismo y cursilería no son cualidades intrínsecas de la Navidad , sino más bien unos atributos indeseados que se le han ido añadiendo a esta celebración precisamente en la medida en que se ha ido perdiendo de vista el verdadero significado de esta festividad, esto es, que Dios ha nacido, y que lo ha hecho para salvarnos. Y es que, por mucho que el tradicional «feliz Navidad» se haya visto relegado por el políticamente correcto y engañoso «felices fiestas», o quizá precisamente debido a ello, debe subrayarse algo que hasta hace poco era de una obviedad insultante: la Navidad es una festividad cristiana. Ahora bien, esta afirmación no debe entenderse en un sentido excluyente. La Navidad, además de su sentido religioso, tiene otros componentes que la convierten en una festividad de una gran belleza para cualquier persona. Incluso para las familias más alejadas de las creencias cristianas, la Navidad sirve como excusa para, aunque sea una vez al año, reunirse todos en torno a una mesa y celebrar esa institución tan natural como irrepetible que es la familia, donde todos somos aceptados y queridos tal como somos. Solo por eso, la Navidad ya merece la pena . Y, si no existiera, habría que inventarla.