El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es un trastorno del desarrollo que afecta la comunicación, la interacción social y la comprensión del entorno. El TEA se manifiesta de manera única en cada individuo, desde síntomas leves que permiten una vida autónoma hasta grados severos de afectación. Rosario Mateos, pediatra y neuróloga infantil del Hospital Quirónsalud Huelva insiste en que ‘’la detección temprana y las intervenciones precoces son fundamentales para mejorar significativamente la calidad de vida y la funcionalidad de los pacientes’’. El origen de esta condición neurológica actualmente es desconocido ‘’aunque podríamos afirmar que se trata del resultado de una compleja interacción entre una elevada predisposición genética y la influencia de factores ambientales que ocurren durante períodos críticos del desarrollo, principalmente en la etapa prenatal y perinatal’’ afirma la doctora Mateos. Las señales de alarma pueden observarse desde los primeros meses de vida. La falta de contacto visual, la ausencia de interacción gestual con los padres, retrasos en el habla y movimientos repetitivos son indicadores tempranos clave. Si bien estas señales pueden aparecer pronto, muchas veces no son detectadas por los familiares. Los controles de salud de los doce y los dieciocho meses deben incluir la valoración de la socialización y del lenguaje, mediante escalas como el M-CHAT-R que puede realizarse a los dieciocho meses por el pediatra. Si esta prueba de screening es dudosa o positiva debe recomendarse la valoración de un neurólogo infantil, que valorará de forma más pormenorizada el neurodesarrollo y decidirá los exámenes complementarios a realizar para descartar otras condiciones médicas que pueden asociarse al trastorno (síndromes genéticos, enfermedades neurocutáneas, epilepsia…). Paralela o secuencialmente, el paciente es evaluado por un equipo de atención temprana donde trabajan equipos multidisciplinares de psicólogos, logopedas, terapeutas ocupacionales…con el objetivo de iniciar terapias lo más individualizadas posibles. Estos profesionales realizan, en función de cada caso, test psicológicos estandarizados para el diagnóstico de autismo, que eminentemente es clínico. Es entorno a los 3-5 años cuando se concluye un diagnóstico definitivo, dependiendo de la severidad del caso. Las ventajas de la detección temprana son indiscutibles. En edades tempranas del neurodesarrollo, desde el nacimiento hasta aproximadamente los seis años de vida, el cerebro posee una gran plasticidad. Las intervenciones psicológicas, logopédicas y psicopedagógicas mejoran la comunicación, el aprendizaje, la autonomía personal y la conducta. Además, la familia recibe el apoyo y la orientación necesarios para comprender mejor las necesidades de su hijo o hija, sintiéndose acompañada en el proceso. "Independientemente del diagnóstico y clasificación en grados definitivo, es muy importante iniciar intervenciones terapéuticas precoces en los centros de atención temprana ante los síntomas de alarma que presente cada paciente, ya que estas intervenciones pueden modificar la evolución y funcionalidad de esa persona", afirma la especialista. Con relación al tratamiento del TEA, actualmente se centra en intervenciones conductuales, educativas y farmacológicas adaptadas a las necesidades individuales y posibles trastornos comórbidos que pueden aparecer, como por ejemplo, trastornos en el sueño. Es importante no alarmarse ante posibles signos de alarma relacionados con el TEA. En esos casos, la recomendación es acudir a revisión con el pediatra y consultar con el profesional aquellos comportamientos que generen duda o inquietud. Por último, explica la doctora que ‘parece que el aumento en la prevalencia observada se atribuye principalmente a mejoras en la identificación, cambios en los criterios diagnósticos y mayor concienciación pública y no tanto más en un incremento real en la incidencia, que sigue estando en torno a 1 de cada 100 niños’.