Las buenas intenciones

Algunas navidades atrás Campofrío lanzó un anuncio que, al igual que compañías de otras actividades, nos coloca un dulce en la boca. Arranca con prisioneros transportados en un camión durante la guerra. La cámara fija su atención en un chaval a quien una de su quinta le suelta «¡rojo!» a lo que él responde «¡fascista!», con un aviso que inaugura reproches espetados en el interior de las viviendas. El mensaje indica que «en este país las personas de diferente ideología, credo o forma de vida están condenadas al desacuerdo» y da paso a recriminaciones que se abren con él diciéndole «¡españolista!» y ella tildándolo de «independentista», a lo que siguen secuencias de este tenor bajo otros techos: «¡manifa!»/«¡madero!»; «¡taurina!»/«¡antitaurino!»; «¡palangana! (sevillista)»/«¡verderón! (del otro)»; «¡come hierbas!»/«¡carnívoro!»; «¡podemita!»/«¡casta!»; «¡beata!»/«¡pagano!». La guinda repleta de buenas intenciones se cierra alentando a la audiencia a «que nadie nos quite nuestras diferencias; que nadie nos quite nuestra capacidad de superarlas». Corría diciembre de 2016. Poco más de un año después, moción de censura al canto, Rajoy a vivir que son dos días y Sánchez toma las riendas y qué riendas con su manual de supervivencia repleto de ediciones corregidas. Y hasta hoy, paisanos.