Antonio Agredano y las películas navideñas: "Yo me las he visto todas, la del amigo feo y simpático, la morena que se entromete en la relación, el disfraz de Papá Noel..."

Qué bello es vivir, La princesa prometida, Solo en casa... muchas son las películas que nuestros Fósforos asocian a la Navidad y a las que Antonio Agredano pone voz y letra, La vida es una batalla contra las expectativas. Y yo he visto demasiadas películas navideñas. Llegan estos días y sé que por fin voy a enamorarme de una rubia despistada, y que después de algunas casualidades, vamos a acabar encerrados por el temporal en una cabaña de la campiña inglesa. Sé que debo llevar jerséis de reno. Sé que viviré alguna que otra discusión en las calles nevadas. Y sé que luego haremos las paces en su apartamento neoyorquino. Suena música navideña y ya me veo en una de esas cenas en sitios elegantes, con esas mesas grandes y esas luces tenues, que tan poco se parecen a algunos restaurantes con luz de quirófano a los que me llevan de vez en cuando. Ay las copas con el borde dorado, el vino bueno, el vestido perfecto. Coger un taxi hacia el aeropuerto para evitar que ella coja el avión. Yo me he visto todas las películas. El amigo feo y simpático. La morena que se entromete en la relación. El disfraz de Papá Noel. Los regalos olvidados. Las confusiones. Y ninguna chimenea sin su alfombra justo delante para luego retozar mientras la cámara ya enfoca las luces del árbol. Entonces, claro, yo tengo esas perspectivas. Y ahora voy a casa de mis padres. Con mis sobrinos y mis hijos corriendo por los pasillos. El gotelé. Todos en pijama. El árbol que tiene más Navidades que el pippermint que está ahí en el mueblebar. Las panderetas con pocas chapas ya. La carraca, que es la misma desde que yo era chico. La mesa camilla con el brasero chuminero. Mi padre con la lata de Mahou. Mi madre amenazando con sacar el anís. Mi hermana trayendo dulces. Mi tío quejándose de la rodilla. En fin, la familia, cuando se junta. Y encima comiendo poco porque, por desgracia, me he apuntado otra vez a la carrera de la San Silvestre del Parque Figueroa y como siga comiendo turrón blando voy a tener que hacerla rodando como el de Humor Amarillo. Y pienso: qué hago yo en Nueva York con una rubia, pudiendo estar aquí con esta familia que me ha tocado. Contando chistes, sacando la guitarra, echándole vino al pavo, dándole a la zambomba, cantando la marimonera, que es la única que nos sabemos todos. Y viendo como entra otro año. Y que lo hacemos juntos en un salón pequeño, sin chimenea, sin florituras. Pero con mucho amor. Y esto no sale en los telefilms que ponen al mediodía. Pero es la película que yo quiero volver a ver cada Navidad. Y que no lleguemos jamás a los créditos. Que esto sea para siempre, que jamás aparezca en la pantalla el The End.