Menos mal que nos queda Portugal. Nuestros vecinos del ala oeste de la Península han elegido ‘apagón’ como su palabra del año 2025, qué envidia. Han ocurrido tantas cosas, y ninguna buena, por estos lares desde que en abril pasado buena parte de España y Portugal se quedara sin suministro eléctrico durante muchas horas que pocos recordarán aquel acontecimiento «histórico» a día de hoy. Nos hemos comido todas las latas de conserva que íbamos a atesorar por si dejaban de funcionar cocinas y microondas, nos hemos gastado el dinero en efectivo que metimos en una hucha por si la tarjeta de crédito se convertía de nuevo en un plástico inservible, hemos puesto las pilas de las linternas de emergencia en los adornos navideños del balcón. Y sobre todo, ya no nos preguntamos quién tuvo la culpa de aquella jornada apocalíptica de ciudades sin semáforos ni trenes, de contribuyentes atrapados en ascensores, fábricas paradas y neveras descongelándose con miles de preciosos táperes echándose a perder en su interior. Los directivos de las redes, de las compañías suministradoras, de las renovables y etcétera andan intercambiándose jamones de bellota en estas fechas entrañables, felices de que el foco ya ni les roza. Al fin y al cabo aquello fue un incidente del tamaño de un fusible fundido. Muy por el contrario, los portugueses mantienen vivo el recuerdo del apagón, ‘apagão’ en su lengua, grabando en piedra el término, de manera que tal vez ellos sí consigan que su Gobierno trabaje para librarles de un segundo corte de luz masivo en 2026. El nuestro anda ocupado en torear cerdanes, koldos, leyres, ábalos y pacosalazares, que es una lucha contra la oscuridad muy distinta.