Yolanda Díaz se indigna y se me aparece como en aquella escena descacharrante y profética de 'La vida de Brian': solemne, subida al púlpito de su propia virtud. Se pone digna y, qué quieren, me recuerda a Lina Morgan cuando se hacía la ofendida, ojo biriki y la pose medio quebrada, repartiendo desdenes como abanicos de feria mientras se derrite de pura devoción ante el patrón monclovita. Dice «basta» con una firmeza muy de manual, pero todos sabemos que no hay tal. Tiene las espaldas –y la cara– tan anchas como las baldas de su ropero. En cólera, Yolanda es pellizco de monja : un segundo de ardor y una eternidad de hipocresía. La lágrima de cocodrilo, el «dame pan... Ver Más