Ni invasión alienígena ni maniobras sospechosas. Este viernes, el tercer visitante interestelar del que hemos tenido noticia se acercará a la Tierra para 'saludarnos' por última vez antes de perderse para siempre en la oscuridad del espacio. Su 'regalo' para nosotros ha sido enorme: información inédita de 'cómo funciona' un sistema solar que no es el nuestro; y oscuros secretos ocultos desde hace 10.000 millones de años, cuando nuestra galaxia apenas empezaba a formarse. Pasará lejos, a unos 270 millones de kilómetros de nosotros (casi el doble de la distancia que nos separa del Sol), por lo que no existe ninguna posibilidad de colisión. Sin embargo, eso es lo suficientemente cerca para que los telescopios de todo el planeta apunten hacia él para echarle un último vistazo. Pero si 3i/ATLAS es sólo un cometa, ¿por qué tanto revuelo por una simple bola de hielo sucio que cruza el espacio? La respuesta es sencilla: porque 3i/ATLAS no es 'uno de los nuestros'. No nació en el Sistema Solar, sino más allá. Es, oficialmente, el tercer objeto interestelar detectado por la humanidad a lo largo de toda su historia. Llevamos siglos observando cometas y asteroides. Pero todos, absolutamente todos, eran 'familia'; escombros sobrantes de la formación de nuestro propio vecindario cósmico creador hace 4.600 millones de años. En 2017, sin embargo, la historia cambió para siempre. Aquel año, en efecto, detectamos a Oumuamua , una roca de 400 metros, alargada y rojiza, seca y extraña, que cruzó el Sistema Solar a una velocidad imposible para un objeto local. Fue el primer visitante. Dos años después, en 2019, llegó 2I/Borisov , que resultó ser mucho más convencional, un cometa muy parecido a los nuestros. Y ahora, en julio de 2025, le ha tocado el turno a 3i/ATLAS , que ha resultado ser un 'bicho raro'. Descubierto el pasado mes de julio, este objeto ha sido un auténtico rompecabezas desde el primer día. Las agencias espaciales, lideradas por la NASA y coordinadas por la IAWN, han aprovechado su paso no porque suponga una amenaza (insistimos, pasará lejísimos), sino para poner a prueba nuestra capacidad de reacción y rastreo. Es decir, que se trata de 'fortalecer' nuestras capacidades técnicas por si en algún momento, en el futuro, necesitáramos enviar una nave a interceptar uno de estos objetos. Por supuesto, y como suele ocurrir cada vez que se descubre 'algo' no habitual, la maquinaria de la conspiración se puso a trabajar de inmediato y a pleno rendimiento. Faltó tiempo para que Internet se llenara de teorías que afirmaban que 3i/ATLAS no era un cometa, sino una nave extraterrestre que, además, no traía buenas intenciones. Algo similar a lo que ya había sugerido el científico de la Universidad de Harvard Avi Loeb con el primer objeto interestelar y teoría que ha sido desmentida en muchas ocasiones desde 2017. El argumento principal de los conspiranoicos se basaba en un fenómeno físico real, pero mal interpretado: la llamada 'aceleración no gravitacional'. Los astrónomos, en efecto, notaron que el cometa se movía de una forma que la gravedad del Sol y los planetas no podía explicar por sí sola. Algo más lo estaba 'empujando'. Se llegó incluso a decir que el objeto estaba realizando maniobras ocultas detrás del Sol, lo que demostraba 'oscuras intenciones' para con la Tierra. La realidad, sin embargo, es menos 'peliculera', pero mucho más fascinante. Ese supuesto 'motor', de hecho, no es otra cosa que desgasificación. Pensemos en el cometa como en una inmensa 'bola de nieve sucia' que, a medida que se acerca al Sol, empieza a sublimarse. Es decir, que el hielo, sin pasar por el estado líquido, se transforma directa, y violentamente, en gas. Estos chorros de gas y polvo salen disparados desde la superficie del cometa, actuando como pequeños cohetes naturales. Y como el núcleo cometario no es una esfera perfecta, sino probablemente una 'patata' irregular que gira sobre sí misma, esos chorros le dan empujones aleatorios. Si dejamos de lado la ciencia ficción y nos centramos en la ciencia real, lo que 3i/ATLAS nos está enseñando es, como mínimo, inusual. Por ejemplo, una de las últimas observaciones ha revelado que, a medida que el cometa se ha ido acercando al Sol (y ahora a la Tierra), ha ido cambiando de color. Al principio, los telescopios en Chile lo veían rojizo. Lo cual es típico de objetos cubiertos de tolinas, compuestos orgánicos complejos que se 'tuestan' por la radiación cósmica durante viajes de millones de años. Pero tras pasar su perihelio (su punto más cercano al Sol) a finales de octubre, el cometa emergió con un brillo verdoso y fantasmal. Y gracias al telescopio Gemini Norte, en Hawái, y al observatorio de rayos X XMM-Newton, de la Agencia Espacial Europea (ESA), sabemos por qué. El color verde proviene del carbono diatómico (C2), una molécula que brilla en ese tono cuando la luz solar incide sobre ella. Lo curioso es que este carbono no aparecía al principio. Es como si el cometa tuviera capas: una corteza externa y un interior que reaccionan al calor de formas diferentes. Para explicar estas diferencias químicas con los cometas de nuestro Sistema Solar, el científico de la NASA Tom Statler recurrió a una ocurrente analogía. Es, dijo, algo parecido a comparar cafés de dos regiones del mundo distintas: «Son diferentes, pero ambos siguen siendo café». Aplicado al 3i/ATLAS, encontramos que tiene proporciones extrañas de monóxido de carbono y agua, y una cantidad inusual de metales, pero sigue siendo, sin lugar a dudas, un cometa. Uno, eso sí, que viene de muy, muy lejos. Pero quizás lo más sorprendente es el lugar de donde viene. Utilizando datos de la misión Gaia de la ESA, un equipo español liderado por Xabier Pérez Couto ha logrado rebobinar la 'película' de la trayectoria de 3i/ATLAS. Y las conclusiones son extraordinarias: este objeto podría haber estado deambulando en solitario por la galaxia durante más de 10.000 millones de años, el doble de tiempo que tiene nuestro Sol y, por ende, nuestra galaxia y nuestro propio planeta. Es un auténtico fósil cósmico, y con toda probabilidad se formó muy lejos, en un sistema estelar primigenio, uno de los primeros de la Vía Láctea, cuando la composición química de la galaxia era muy distinta a la actual. En otro orden de cosas, hace algunos meses, cuando el cometa aún estaba muy lejos, los datos del telescopio Swift de la NASA revelaron la presencia de grandes cantidades de hidroxilo. Es decir, que 3i/ATLAS soltaba agua. Y lo hacía a un ritmo similar al de una manguera de bomberos, unos 40 litros por segundo. Lo cual nos dice que los ingredientes básicos para la vida, como el agua y el carbono, ya eran comunes en la galaxia mucho antes de que nuestro mundo hiciera su aparición. El viernes, cuando la Red Internacional de Alerta de Asteroides -coordinada por la ONU y que engloba a más de 80 observatorios a lo largo y ancho del mundo- y los astrónomos apunten sus instrumentos hacia él, obtendrán nuevos datos sobre este viajero incansable. Ahora, alejándose ya del Sol, el cometa ha empezado a atenuarse. Y tras su paso por la Tierra, seguirá su camino hacia Júpiter, al que 'saludará' desde una distancia de 53 millones de kilómetros en marzo. A mediados de la década de 2030, 3i/ATLAS cruzará la órbita de Plutón y volverá al espacio interestelar, para no regresar jamás, porque su velocidad es tan alta (entró en nuestro sistema a unos 210.000 km/h y después aceleró hasta los 245.000 km/h) que la gravedad del Sol no podrá retenerlo. Tras de sí deja terabytes de datos científicos que se irán publicando a lo largo del próximo año en revistas revisadas por pares. Y de las teorías de la conspiración no quedará el más mínimo rastro.