No fue una broma. No fue una frase desafortunada. No fue un comentario sacado de contexto. Fue un insulto directo a Andalucía y a los andaluces. Y lo más grave no es solo que Alberto Núñez Feijóo se permita decir que "los andaluces no saben contar", sino que lo haga con naturalidad, entre aplausos de los suyos, y sin que el presidente de la Junta de Andalucía tenga la valentía política e institucional de exigir una rectificación. Porque cuando el líder nacional del Partido Popular desprecia a toda una comunidad autónoma y quien gobierna esa comunidad opta por mirar hacia otro lado, el problema deja de ser únicamente el insulto. El problema pasa a ser la sumisión. Y eso es lo que hoy representa Juanma Moreno Bonilla: un presidente que prefiere esconderse y callar antes que defender la dignidad de la tierra que gobierna. El Partido Popular lo ha vuelto a hacer. No puede evitarlo. Cada cierto tiempo reaparece ese reflejo clasista que una parte de la derecha española nunca ha terminado de corregir: mirar a Andalucía por encima del hombro, cuestionar su capacidad colectiva y convertirla en objeto de burla cuando conviene al discurso nacional. Es una pulsión vieja, recurrente, profundamente arraigada. Esta vez ocurrió en la cena de Navidad del PP de Madrid. Un acto interno, distendido, sin cámaras incómodas ni preguntas incómodas. Un entorno cómodo, de confianza, con los principales dirigentes del partido: su líder nacional, Alberto Núñez Feijóo; la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso; y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Un espacio donde muchos se permiten decir en voz alta lo que piensan en privado. En ese contexto, Feijóo decidió zanjar una discusión aparentemente trivial sobre qué comunidad autónoma tiene más kilómetros de costa. Y lo hizo despreciando a Andalucía. "Ya sé que los andaluces no están de acuerdo, pero no saben contar", dijo. Y el público aplaudió. Nadie corrigió. Nadie matizó. Nadie se incomodó. No era una crítica a un gobierno autonómico concreto. No era una discrepancia política ni un reproche administrativo. Era un menosprecio colectivo. Una descalificación que presenta a casi nueve millones de personas como ignorantes. Y eso, en boca de quien aspira a gobernar España, no es una anécdota ni una salida de tono: es una declaración ideológica. Lo sucedido encaja, además, en una larga tradición dentro del Partido Popular. No estamos ante un hecho aislado ni ante una excepción desafortunada. Andalucía lleva décadas soportando declaraciones ofensivas de dirigentes populares que cuestionan su educación, su cultura, su capacidad y hasta su forma de hablar. La exministra Ana Mato llegó a decir que los niños andaluces eran "prácticamente analfabetos" y que daban clase "en el suelo". La exministra Isabel García Tejerina afirmó que un niño andaluz de diez años sabía lo mismo que uno de ocho en Castilla y León. Esperanza Aguirre se ha mofado en repetidas ocasiones del acento andaluz y del campo andaluz con expresiones abiertamente despectivas. Ahora se suma Feijóo. Cambian los nombres, cambian los escenarios y los...