-Hola me llamo Íñigo Mendoza. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir. –Un endecasílabo y dos heptasílabos sublimes e inolvidables, por mérito de la traducción, pero sublimes al fin, de La princesa prometida, película de Rob Reiner que es todo lo que una película tiene que ser. Llenó de aventuras, épica, imaginación, fantasía, magia, belleza suprema y amor verdadero nuestra madurez y la infancia y adolescencia de nuestros hijos. Y por eso esta impertinente, harta en la actualidad de cintas infumables, agradece a su director que en ella triunfaran la poesía, el consuelo y la bondad.