Zubieta, la bronca y el principio del desorden

La bronca no fue un calentón aislado ni una salida de tono puntual. Fue un síntoma. Jokin Aperribay alzó la voz ante el vestuario de la Real Sociedad en un tono poco habitual, directo y tenso, de esos que incomodan incluso a quienes no son el destinatario principal. Cuando un presidente cruza ese umbral y baja al vestuario para marcar territorio, no suele hacerlo por un mal partido. Lo hace porque percibe que algo esencial se le está escapando de las manos. El origen del estallido es claro y tiene que ver con la disciplina. No con sensaciones, sino con hechos concretos. La negativa de Luka Sucic a entrenarse en una sesión y su enfrentamiento directo con Sergio Francisco no son ruido de fondo, son una línea roja cruzada. Ahí no solo se rompe una rutina de trabajo; se resquebraja la jerarquía interna. Y cuando un vestuario detecta que puede tensar la cuerda sin consecuencias inmediatas, la cuerda siempre acaba tensándose más de la cuenta. En ese contexto, Sergio Francisco es quien termina perdiendo el pulso. No es un detalle menor ni una simple decisión técnica. El joven entrenador representaba algo más que un nombre en el banquillo: era el abanderado de la filosofía Zubieta, del conocimiento interno, de la coherencia entre cantera y primer equipo que tanto se ha vendido en los últimos años. Pero cuando llega el conflicto serio y una supuesta estrella se rebela, el entrenador queda expuesto y, sobre todo, solo. Y ahí el discurso del club deja de sostenerse con la misma firmeza. El siguiente paso explica muchas cosas. El acuerdo personal con Pellegrino Matarazzo está cerrado y listo para ejecutarse en cualquier momento, falta lo más importante, decisión final y rúbrica. Un entrenador sin experiencia en LaLiga, sin conocimiento de Zubieta y sin vínculo previo con la cultura de la Real Sociedad. Puede salir bien, el fútbol siempre deja espacio para la sorpresa, pero no deja de ser una enmienda a la totalidad del relato anterior. Pasar de un técnico de la casa a un perfil externo sin contexto es asumir que la identidad era un argumento válido… hasta que dejó de serlo. Lo que se vive ahora mismo en Zubieta no es una transición ordenada, sino una ebullición incómoda. Hay nerviosismo en la planta noble, debate interno real y opiniones enfrentadas. Técnicos de la cantera molestos, directivos que no comparten diagnóstico, agencias de representación presionando y futbolistas con galones que no están sosteniendo su estatus en el campo. Todo ello con un rendimiento deportivo muy cuestionable tanto en Liga como en Copa. Demasiadas grietas para un proyecto que siempre ha presumido de estabilidad y control. La paradoja es evidente. Todo esto sucede apenas días después de una Junta General convertida en un paseo militar, con un apoyo cercano al cien por cien y sin fisuras visibles. Pero la Real no se explica solo en una sala de juntas. Se explica en su comunidad, y ahí la percepción es distinta. Se piden explicaciones sobre la gestión, sobre un modelo económico que depende del mercado y de Europa para estabilizar unas cuentas hoy saneadas pero condicionadas, y sobre un rumbo deportivo que empieza a generar más dudas que certezas. Quizá es porque uno ha visto demasiados proyectos naufragar no por falta de recursos, sino por perderse a sí mismos. La bronca de Aperribay no habla solo de disciplina; habla del miedo a que el relato se descontrole. Cambiar de entrenador es parte del fútbol. Perder el hilo conductor, no. Porque si la solución elegida no encaja, el golpe no será inmediato ni espectacular. Será lento, silencioso y constante. Como esas rocas que no ves desde lejos, pero contra las que acabas chocando cuando ya no hay margen para corregir el rumbo.