Cuando pensamos en tsunamis, la imagen suele ser la de olas que avanzan durante horas por el océano tras un gran terremoto. Pero el tsunami más grande del que se tiene constancia no siguió ese patrón. No viajó miles de kilómetros ni devastó grandes ciudades. Ocurrió en un rincón aislado de Alaska y, aun así, alcanzó una altura que sigue siendo récord absoluto en la historia registrada.