El Palau de les Arts valenciano recibe a su nuevo director musical, el británico sir Mark Elder , en un clima de euforia y satisfacción. Elder había dirigido varios conciertos sinfónicos en este teatro, pero ahora baja al foso como responsable de la nueva producción de ' Luisa Miller '. La argentina Valentina Carrasco firma la propuesta escénica que el Palau coproduce con el Maggio Musicale Fiorentino . El éxito alcanzado en la función de estreno, el pasado día 10, aún estaba presente al comenzar la función del miércoles, tercera de las cinco previstas de un título al que la prensa conservadora y española de 1851, cuando la obra se conoció en Madrid, consideró un ataque a las leyes de la moral. Un siglo y medio después, la percepción de la obra es distinta, aun estando vivas las miserias que la hacen posible. Elder, Carrasco y con ellos un reparto que responde a la naturaleza esencial de los personajes las identifican y las representan. Y esa es la razón que hace posible la estupenda recepción de ' Luisa Miller ' en Valencia y lo que llama la atención de un público que acude al teatro dispuesto a romper la pereza general. A cambio, encuentra un espectáculo sutil, que le demanda finura y paladar, una mirada concentrada (incluyendo el pequeño sacrificio de apagar el móvil antes de que se haga el oscuro) e incluso un sentido analítico. Elder regala a los espectadores una lectura sabia, digna de un veterano director cuyo único interés es el de compartir experiencia. La percepción general sobre su trabajo es abrumadora por su lógica y coherente por el sentido narrativo con el que se ciñe a la obra. La transparencia que alcanza la Orquestra de la Comunitat Valenciana es admirable, la naturalidad con la que invoca a las voces es sorprendente, el equilibrio de la sonoridad general es todo un ejemplo de refinamiento. Elder invoca, en tiempos de tensión y extremos, una arcadia sonora que suena perdida. Pero su trabajo también debe entenderse a partir de sus propias ausencias. En este sentido, viene bien recordar la breve y sustanciosa labor de su predecesor en la titularidad del Palau, James Gaffigan , director que, desde la perspectiva musical, supo demostrar la pasión que es capaz de encerrar la escena operística, especialmente cuando se trata de títulos que sacan a la luz las contradicciones humanas. Por eso, lo analítico en Elder tiene también un perfume intelectual, que en 'Luisa Miller' se hace más evidente en los primeros actos, mientras la obra todavía es heredera de estilos belcantistas precedentes y la expresión se manifiesta a través de los suaves acentos de una orquesta que fluye tranquila. Todo ello adquiere otra novedad en el cuarto acto, en el que Verdi descubre un nuevo territorio que es más personal, porque se puebla con muchos de los fantasmas a los que tan fiel fue en óperas posteriores. Carrasco los hace muy evidentes pues su puesta en escena entiende impecablemente la importancia que en los dramas verdianos tienen las relaciones de dependencia entre padre e hija, la maldad congénita e inevitablemente asociada a las voces graves, la ingenua angustia del tenor enamorado que no alcanza a ver más allá de la apariencia, la perfidia, los celos, el cinismo y el ciego arrebato. El cuarto acto muestra, como conclusión, a un Elder poderoso, definitivo, contundente, ampliamente expresivo, conscientemente 'polite'. Su mano da sentido a esta 'Luisa Miller' pues desde el foso surge la complicidad con el reparto. Lo encabeza la soprano italiana Mariangela Sicilia . Coherente con el devenir general, ella y todos los intérpretes mostraron el miércoles su mejor imagen según avanzaba la obra sumando fuerzas y añadiendo recursos a la estricta expresión. La calidad de los filados que Sicilia emite, acaban por dibujar a un personaje a medio camino entre la angustia y la fragilidad. Y en ello está cuando se enfrenta con el diabólico Wurm, empeñado en deshacer su relación con Rodolfo por estricto interés personal. Aquí, es fundamental la aguerrida y cerrada interpretación del bajo Gianluca Buratto , capaz de poner el contrapunto al funesto encuentro, con voz bien armada y una resuelta interpretación. Pero Mariangela Sicilia aún tiene por delante el impresionante 'duetto' con su padre, 'La tomba è un letto sparso di fiori', en el que se prometen un futuro en común que ella misma sabe que será imposible. La interpretación es poderosa y cuenta con la réplica del barítono argentino Germán Enrique Alcántara . Él y Mark Elder estrecharon su relación con la grabación de ' Simon Boccanegra ', en su versión original de 1857. Tras su publicación en los primeros meses de este año, el crítico Pablo L. Rodríguez la calificó de extraordinaria en la revista Scherzo, poniendo de manifiesto el discurso matizado y colorista de Alcántara. En Valencia se presenta con un Miller especialmente brillante en el agudo, que ya en su aria de entrada, 'Sacra la scelta è d'un consorte', una de las grandes creaciones para barítono de Verdi, asentó al personaje. La escena final es, desde luego, determinante sobre el escenario del Palau de les Arts. En el fondo del corazón de Luisa, Rodolfo sigue presente y con él vive la tragedia del desenlace, momento de gloria para el tenor anglo-italiano Freddie de Tommaso , especialmente brillante cuando el drama se estrecha por sendas de mayor tensión emocional. Resuelve con amplitud y energía el inevitable 'Quando le sere al placido', tan evocador, en realidad, de viejos belcantismos y reserva para el cierre su momento estelar en una clara demostración de facultades. A todo ello se sumó la sólida actuación del bajo italiano Alex Esposito , bien conocido en Valencia tras la previa actuación en 'Faust', y que aquí da sentido al conde Walter. Y en el resumen final están la soprano rusa Maria Barakova como Federica, con una muy digna presencia, y Lara Grigoreva , miembro del Centre de Perfeccionament del Palau de les Arts , para un redonda Laura. Lo que está en juego en el Palau de les Arts tiene mucho que ver con la compacta y sensata escena de Valentina Carrasco . La percepción inicial es decisiva gracias a la escenografía construida por Carles Berga . Frente al espectador se muestra una fábrica de muñecas de la que Miller, el padre de Luisa, es el encargado. Por encima, en el piso superior está la oficina, el centro de poder, dominado por una gran W en una ambigua referencia a Walter y a Wurm. Carrasco señala en el programa de mano que la gran tragedia heroica (aquí manifestada en la grandeza escenográfica), se transforma en íntimo drama burgués en el que se hace posible la proyección de los deseos, decepciones y discordias. Aclara Carrasco que la trama se centra en dos padres que aman posesivamente a sus hijos, que son sordos a sus deseos y que solo quieren ver en ellos su propia imagen. Walter ve en Rodolfo —insiste Carrasco— a alguien capaz de alcanzar una posición económica y política potente; Miller ve en su hija Luisa a una joven virtuosa y honorable que debe acompañarle en su vejez. Pero el sentido final no está en los personajes descritos por Carrasco sino en los seres inanimados que habitan la fábrica: en esos muñecos y muñecas que desde el siglo XIX, en el que ahora se desarrolla la acción, adquirieron importancia como objetos didácticos y que al ser proyección del propio cuerpo hacían inevitable el añadido de deseos y angustias. Hay mucho de inquietante en la escena de Carrasco (los muñecos pueden serlo tanto como una puerta entreabierta) y, no menos, en ese progresivo desmembramiento de los cuerpos inanimados en un espacio que convierte el hiperrealismo inicial en algo no natural. La superposición de lo inconsciente sobre la evidencia alcanza el cénit cuando, al final, Rodolfo muere acompañado por una muñeca en lugar de morir junto a Luisa, que en un gesto grandilocuente y cinematográfico (los iconos del cine son parte esencial del inconsciente colectivo) camina hacia el fondo del escenario entre la penumbra y contra un haz de luz cegadora. Es evidente que su salvación, por otra parte un trueque que Carrasco propone sobre libreto de Salvatore Cammarano escrito a partir de Schiller, tiene un sentido actual y reivindicativo tras haber sido un juguete en manos de todos los hombres. También el final otorga al personaje una entereza inédita. De manera que todo lo que de evidente hay en la escena de Carrasco no es más que una metáfora que explica las tóxicas relaciones personales que 'Luisa Miller' pone en escena. La ópera de Verdi, señalada como punto de inflexión en su catálogo, no es un título frecuente y, sin embargo, ya es una referencia en el Palau de les Arts de Valencia. Lorin Maazel la dirigió en 2008 en una versión poderosa que podría enlazarse con su propia grabación con Ricciarelli, Domingo, Obraztsova y Bruson . Mark Elder recupera ahora el título volviendo a otorgarle un protagonismo indiscutible. Con razón, el clima de euforia que se respira en el Palau de les Arts es tan evidente.