Lo que ponemos en el plato tiene un impacto directo sobre el clima, la biodiversidad y los recursos naturales. Un estudio reciente demuestra que una dieta basada en plantas puede reducir hasta un 46% la huella de carbono sin comprometer la calidad nutricional, siempre que esté bien planificada.

Durante años se ha hablado de transporte, energía o industria como grandes responsables del cambio climático. Sin embargo, la alimentación es uno de los factores más infravalorados. La forma en que producimos y consumimos alimentos explica cerca de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. La ciencia empieza a poner cifras concretas a una idea cada vez más extendida: cambiar la dieta puede ser una de las herramientas más eficaces —y rápidas— para reducir nuestro impacto ambiental. Qué dice la ciencia sobre las dietas basadas en plantas Un estudio reciente comparó cuatro patrones alimentarios isocalóricos: dieta mediterránea omnívora, pescovegetariana, ovolactovegetariana y 100% vegetal. El análisis evaluó tanto la adecuación nutricional como el impacto ambiental, incluyendo emisiones de CO₂, uso de suelo, consumo de agua y efectos sobre ecosistemas y salud humana. El resultado fue claro: cuanto más vegetal es la dieta, menor es su huella ambiental global. Nutrición: menos mitos, más datos Uno de los grandes temores asociados a las dietas vegetales es la proteína. Sin embargo, los datos muestran que todas las dietas analizadas cubren los requerimientos proteicos. La combinación de legumbres y cereales completa el perfil de aminoácidos esenciales. Además, las dietas vegetales aportan más fibra y menos grasas saturadas, lo que mejora el perfil cardiovascular. Eso sí, una dieta 100% vegetal requiere planificación: la vitamina B12 debe suplementarse y conviene vigilar nutrientes como el yodo, la vitamina D o los omega-3, que pueden cubrirse con alimentos fortificados o suplementos específicos. Menos emisiones, menos presión sobre la naturaleza El impacto ambiental es donde aparecen las mayores diferencias. El patrón 100% vegetal reduce hasta un 46% las emisiones de CO₂ equivalente frente a la dieta omnívora. También disminuye el uso de suelo entre un 20% y un 33%, lo que libera terreno y reduce la presión sobre los ecosistemas naturales. El consumo de agua también desciende, aunque de forma más moderada, y depende en gran medida del origen y del método de cultivo. No toda el agua tiene el mismo impacto: extraerla en regiones con estrés hídrico multiplica el daño ambiental. El matiz del pescado y la importancia del origen Las dietas pescovegetarianas mejoran muchos indicadores ambientales, pero pueden empeorar otros, como los relacionados con el ozono, debido al transporte y la cadena de frío. La clave está en el origen, la especie y el método de pesca. No todo el pescado tiene la misma huella, y elegir proximidad y artes selectivas marca la diferencia. Pequeños cambios con efectos reales Reducir el consumo de carne —especialmente de rumiantes— y aumentar la presencia de alimentos vegetales es una de las palancas más eficaces para actuar contra el cambio climático desde lo cotidiano. No se trata de perfección, sino de tendencia. Cada plato cuenta. Y según la evidencia, avanzar hacia dietas más vegetales beneficia al planeta sin renunciar a una alimentación completa y saludable.