El premio Nobel de la Paz entregado a María Corina Machado ha caído como una bomba política y moral sobre el régimen de Nicolás Maduro. El reconocimiento a la líder opositora venezolana es mucho más que un galardón personal, constituye un veredicto internacional contra una dictadura que, desde hace más de dos décadas, ha hecho del miedo, la represión y la corrupción sus principales herramientas de poder. En el Palacio de Miraflores, el anuncio fue recibido con un silencio tenso, seguido de una avalancha de descalificaciones, que se han repetido en la ceremonia de entrega en Oslo. Voceros del régimen se apresuraron a tildar el premio de «imperialista» y a su ganadora de «agente extranjera». Pero bajo esa retórica crispada late la verdadera herida: el Nobel de la Paz legitima ante el mundo la lucha pacífica del pueblo venezolano por recuperar su libertad, y deja sin argumentos a quienes, dentro y fuera del país, aún pretenden justificar al chavismo. María Corina Machado representa hoy la resistencia moral de una nación sometida al autoritarismo. Sin partido estructurado, sin acceso a medios y bajo permanente persecución, ha logrado encarnar la esperanza democrática de millones de venezolanos. Su liderazgo no nace del cálculo, sino de la convicción de que la libertad no se negocia. El 28 de julio de 2024, fecha de las últimas elecciones presidenciales, marcó un punto de inflexión. El régimen proclamó su «victoria irreversible» pero los resultados reales –espaldados por observadores y filtraciones internas– dieron el triunfo a Edmundo González Urrutia, candidato unitario respaldado por Machado. La maniobra fraudulenta de Maduro terminó de desnudar la farsa electoral y consolidó el carácter dictatorial de su poder. El Nobel llega, pues, en el momento más simbólico: cuando la oposición venezolana necesitaba una señal internacional que devolviera esperanza y reconocimiento a su lucha. Ninguna dictadura puede encarcelar impunemente a una Nobel de la Paz sin pagar un precio político devastador. El régimen venezolano ha perdido, una vez más, la batalla de la legitimidad. La represión, las detenciones arbitrarias, la censura y las desapariciones forzadas forman parte de un patrón sistemático documentado por organismos internacionales. Pero este galardón ha modificado la ecuación: Maduro enfrenta ahora una presión global renovada. El Gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, ha reactivado su política de contención en el Caribe mediante el despliegue de una flota naval disuasoria, enviando un mensaje inequívoco de vigilancia estratégica. En ese contexto, el Nobel de Machado adquiere una dimensión diplomática que trasciende la política venezolana y se inserta en la disputa hemisférica por los valores democráticos. Sorprendentemente, el temblor político no ha tenido eco en Madrid. El Gobierno de España, tan presto a emitir comunicados en defensa del multilateralismo y de la paz, ha guardado un silencio elocuente ante el premio concedido a María Corina Machado . Ni La Moncloa ni el Ministerio de Asuntos Exteriores han emitido una nota de reconocimiento. Peor aún, al ser preguntado por la prensa, el presidente Pedro Sánchez afirmó que «nunca había felicitado a un ganador del Premio Nobel de la Paz». Una declaración falsa: en 2016, Sánchez felicitó públicamente al entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos por su Nobel tras el acuerdo con las FARC, y años después expresó su admiración por la activista Nadia Murad, también laureada. Su negativa actual no responde a un protocolo inexistente, sino a una complicidad ideológica. El silencio español no es neutral: refleja la cercanía del Gobierno con el chavismo y con sus principales operadores internacionales, entre ellos el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, convertido en un mediador al servicio de la dictadura. Zapatero, otrora referente del diálogo, ha terminado como abogado oficioso del régimen de Maduro, legitimando sus farsas electorales y ayudando a dividir a la oposición democrática. Su papel, cuestionado incluso dentro del socialismo europeo, simboliza el triste deterioro moral de una parte de la izquierda española que prefiere mirar hacia otro lado cuando el verdugo viste de rojo. España tiene una responsabilidad histórica y moral con Iberoamérica. Cuando una mujer venezolana recibe en Oslo el mayor reconocimiento a la paz por su defensa no violenta de la libertad, callar equivale a consentir. La Moncloa, tan diligente para pronunciarse sobre conflictos lejanos, guarda silencio ante el drama de un pueblo hermano. Ese doble rasero erosiona la credibilidad de la política exterior española y plantea una pregunta incómoda: ¿qué vale más para el Gobierno, la afinidad ideológica o los principios democráticos? La respuesta, lamentablemente, parece evidente. No felicitar a María Corina Machado no la debilita . Por el contrario, refuerza la percepción de que el autoritarismo venezolano cuenta con aliados silenciosos en Europa. Mientras líderes de Alemania, Francia o los países nórdicos celebraron el Nobel como un triunfo de la libertad, el Ejecutivo de España ha preferido callar, atrapada en su propio laberinto de graves contradicciones. El Nobel de la Paz no resolverá por sí solo la crisis venezolana, pero ha alterado el equilibrio moral de la región. El chavismo ya no puede presentarse como una revolución justiciera: su retórica se desmorona frente a la figura serena y valiente de una mujer que ha enfrentado cárceles, destierro y difamaciones sin renunciar jamás a la vía democrática. Machado ha pasado de ser una líder nacional a convertirse en un símbolo global de resistencia cívica. Y aunque algunos opositores oportunistas –los llamados alacranes– mantengan su hostilidad o su silencio, el Nobel ha distinguido, ante todo, la coherencia y el coraje. En última instancia, el galardón no solo premia a una persona sino a un país que se niega a rendirse. Ha puesto en evidencia la hipocresía de quienes invocan los derechos humanos selectivamente, y ha recordado a Europa que el silencio ante la tiranía es también una forma de complicidad. María Corina no buscaba reconocimiento personal sino libertad para su pueblo. El mundo se lo ha otorgado. Nicolás Maduro ha recibido un golpe del que tardará en recuperarse. Y España, con su silencio, ha perdido una oportunidad histórica de ponerse del lado correcto de la historia.