La pandemia de la Covid marcó un antes y después para la Unión Europea. Lo impensable en el terreno de la solidaridad económica fue posible y abrió un camino por explorar. Las compras conjuntas de vacunas, el mecanismo para sufragar prestaciones temporales de desempleo, que en España financiaron los ERTE, y, finalmente, los Fondos Next Generation se convirtieron en lo que economistas y politólogos llamaron momento Hamilton , en referencia al primer secretario del Tesoro de los Estados Unidos, quien a finales del s. XVIII consiguió que su naciente país emitiese deuda para pagar la contraída por las 13 colonias durante su Guerra de Independencia contra Gran Bretaña. Con la intención de atajar la gran recesión desatada por los confinamientos de la covid, la UE lanzó por primera vez en su historia una vasta emisión de deuda conjunta con la que financiar 750.000 millones de euros que aportasen transferencias gratuitas y préstamos a los Estados Miembros para programas de recuperación y sostenimiento económico. Fu un hito histórico , un paso nunca dado por Bruselas. Un paso que en la Cumbre de este jueves acaba de repetirse en favor de Kiev. Creía Hamilton que la deuda, los muertos y la sangre eran el precio a pagar por la libertad frente al rey despótico Jorge III. Hoy, en Europa, los muertos y la sangre los pone Ucrania y es la UE quien paga el esfuerzo de guerra con el que Kiev quiere liberarse del yugo de otro tirano, Vladimir Putin. Y en Bruselas, en una larga Cumbre de 17 horas, ha aprobado un préstamo de 90.000 millones de euros con emisiones a coste cero garantizadas por 24 de los 27 socios comunitarios. El acuerdo sellado en el Consejo Europeo autoriza a la UE a endeudarse en los mercados de capital recurriendo al excepcional artículo 122 del Tratado de la Unión, con la intención de dar “el necesario apoyo financiero a Ucrania a partir del segundo trimestre de 2026, incluyendo sus necesidades militares”. Serán 90.000 millones de euros respaldados por el presupuesto comunitario. Las conclusiones del Consejo señalan que “este préstamo sería repagado por Ucrania sólo cuando reciba las reparaciones” de guerra por parte de Rusia. Hasta entonces, los activos rusos que la UE mantiene inmovilizados desde el inicio de la invasión en 2022 seguirán confiscados y “se reserva el derecho a usarlos como repago del préstamo, de acuerdo a las leyes de la UE e internacionales”. Sin embargo, este punto de las conclusiones vinculantes de la Cumbre asume una victoria futura de Kiev y que Moscú acepte ciertas compensaciones de guerra. Pero si Ucrania sale derrotada y no puede devolver esta ayuda, si Rusia por azares de un destino victorioso salvase sus activos, en última instancia los Estados Miembros tendrían que rascarse el bolsillo. De ahí la mutualización de los riesgos, como con los fondos Next Generation. Los gobiernos euroescépticos y próximos a la administración de Vladimir Putin de Hungría, República Checa y Eslovaquia , conscientes de este escenario, se salieron del acuerdo garantizando que “el préstamo [a Ucrania] no tendrá un impacto en sus obligaciones financieras”. Esta mutualización de la deuda , de los riesgos y posibles pérdidas, en un préstamo conjunto en nombre de la UE, sería imposible hoy sin el momento Hamilton de la pandemia. Y revela la confianza que un alto diplomático tenía en los días previos a la Cumbre, cuando insistía en privado que “si no son los activos rusos, será otro modelo distinto, pero no me cabe duda que va a haber un sistema de financiación” que ayude a Ucrania. Porque Kiev arriesgaba llegar al mes de marzo sin dinero en los cofres de su Hacienda para pagar a su ejército, al personal sanitario que lo atiende o a los funcionarios y funcionarias que mantienen viva su economía y servicios sociales. Las cuentas del Fondo Monetario Internacional y de la Comisión Europea son que en los próximos dos años, en 2026 y 2027, la necesidad de recursos del país alcanza los 135.000 millones de euros, dinero que debe llegar desde el exterior. La UE precisamente se había comprometido a aportar como mínimo dos tercios de esa cuantía, 90.000 millones de euros. El mecanismo para aportar el sostén monetario de Ucrania fue el protagonista de la última Cumbre del año. Bélgica impuso su visión de no utilizar los activos rusos inmovilizados como garantía de ese préstamo y su negativa rotunda forzó a trabajar en la segunda opción, el préstamo directo, que aguardaba en el congelador perfilada por la Comisión Europea. A media tarde de la Cumbre las negociaciones del entuerto financiero para Ucrania eran más que evidentes en Bruselas. La Comisión estaba involucrada intensamente para convencer al gobierno belga. Su presidenta, Úrsula von der Leyen, apostaba por la zanahoria y no el palo. “Apoyo completamente a Bélgica en sus preocupaciones. Son totalmente comprensibles y si asumimos el préstamo de reparación los riesgos deben ser asumidos por todos. Es una cuestión de solidaridad, un principio básico de la UE”, decía Von der Leyen al llegar a la reunión. Una fuente europea confirmaba que mientras los líderes estaban reunidos, los equipos de la Comisión y de Bélgica trabajaban en paralelo para resolver la ayuda a Ucrania. Reuniones en las que, según pudo saber infoLibre de fuentes diplomáticas, también estaban presentes técnicos de Alemania. Pero la solución se encallaba, la cena entre los 27 se postergaba con ya todo decidido sobre el retraso del acuerdo comercial con Mercosur o la creación de una gran región euroatlántica, otros puntos de la Cumbre, y a media noche había un nuevo receso de trabajo. El borrador de mínimos sobre la ayuda Kiev se retrasaba y la opción de una ayuda a cuenta de nueva deuda de la UE ganó fuerza. Y eso que días antes de la Cumbre, fuentes neerlandesas rechazaban tajantemente que su gobierno fuese a aceptar una fórmula como la creada para los préstamos Next Generation. Finalmente, La Haya fue solidaria con su vecino del sur, al jugarse parte de su dinero, ya que hay activos rusos de entidades holandesas depositados en Bélgica. Todos esos activos rusos, inmovilizados de manera permanente desde el pasado 12 de diciembre, tendrían que haber sido el sostén de un préstamo de reparación de la UE a Kiev. Están valorados en 210.000 millones de euros, bloqueados en las primeras tandas de sanciones impuestas en 2022. La mayor parte, unos 195.000 millones, están en Euroclear, entidad de depósitos dependiente del Estado belga, que gestiona los procedentes también de otros países. El gobierno de Bart de Wever consiguió que la UE no los tocase. Las preocupaciones belgas no eran tanto por posibles demandas judiciales de Moscú, ya están sucediendo, sino por los riesgos reputacionales que conllevaría su uso. En público, en sus cartas a la Comisión y en privado, sus diplomáticos han expresado el temor a que China o fondos soberanos del Sudeste Asiático o Medio Oriente con millonarios depósitos en Euroclear viesen en la utilización de los rusos un precedente a aplicar en un futuro a sus activos. De ahí que el gobierno belga insistiese en privado que los activos estaban en un “situación legal precaria”. En su Parlamento, en la misma mañana del jueves de Cumbre, el primer ministro De Wever afirmó que “si los riesgos son mutualizados y garantizados para nuestro país, saltaremos al abismo con todos los europeos y esperamos que el paracaídas nos aguante”. El paracaídas finalmente tendrá el tamaño de todo el presupuesto de la UE, sujeto por las garantías de 24 socios comunitarios y su importe para Kiev ascenderá a 90.000 millones de euros.