La lengua susurrada

Cuántas veces he entrado yo en aviones que salían desde Barajas con destino a París, a Berlín, a Nueva York o a Chicago y he dicho buenos días en español, pues estábamos en Madrid, y la azafata me ha mirado como quien mira a un extraterrestre de lenguaje desconocido, que se arrogaba la exhibición de una lengua sin prestigio internacional. Cuántas veces he vuelto a decir buenos días mientras mis compatriotas españoles estaban encantados de balbucear un «Good morning» o un «bon jour», porque hace siglos que olvidaron la visibilidad de su lengua o desconfiaron y desconfían de ella. Cuando vuelo con American Airlines ya mi grado de tozudez apela a mi aragonesismo profundo, y le insisto a la azafata anglosajona, de cabellos dorados y sonrisa azul, le insisto, como si yo fuese un portátil profesor de español, en que trate de decir «buenos días». No, no sabe. No quiere. No es necesario. Me detengo en cada sílaba «bue-nos dí-as» para que la azafata aprenda esas dos palabras y esas cuatro sílabas modestísimas, pero ella alza una sonrisa esta vez descompuesta y fría de la que sale un educado y marmóreo «I´m sorry, I don´t speak spanish». Sin embargo, el avión está estacionado en Madrid. Ni siquiera dos palabras. Ni siquiera una. Ni siquiera «hola». Así yo, tonto de mí, inocente hasta la lágrima palurda, he ido yo por el mundo con mis «buenos días» en los labios de la pobreza. Lo hacía por mi padre y por mi madre. Por todos 'Los santos inocentes' de Miguel Delibes, la mejor novela del siglo XX. Por redimir esta lengua en la que hablo y en la que escribo y en la que hablaron, pero por supuesto no escribieron, todos mis antepasados, todos los muertos de hambre que perduran a duras penas en mis entrañas. Ay, si lo sabré yo, que llevo encima a Antonio Machado y a Luis Cernuda, que los llevo en el alma. No, no, queridos españoles y españolas, el español no es una lengua pujante. Basta ya de mentiras. He hecho yo más por el español diciendo buenos días en voz alta en los aviones, en las recepciones de los hoteles, en los restaurantes de Nueva York, en los taxis de medio mundo, que todo el Ministerio de Cultura y el de Exteriores juntos. En Estados Unidos el español es la lengua de los pobres y se habla en susurros. Es la lengua susurrada, la lengua incómoda, la lengua equivocada como me dijo una vez el escritor Sergio Chejfec, la lengua de los santos inocentes. No es lengua de cultura, ni de ciencia, ni de tecnología, ni de empesa. Y lo más importante: nos avergüenza. La inmensa pobreza y el inmenso subdesarrollo político de toda América Latina en español se expresan. Frente al genio universal de un Gabriel García Márquez se alzan 500 millones de santos inocentes. Hablad de la pobreza cuando habléis del español en el mundo . Por favor, dejad ya atrás la hipocresía y la solemnidad y todas esas supersticiones farisaicas. Lo que digo tiene nombre científico. Lo saben los lingüistas y lo saben los sociólogos, aunque todos callan porque no hay nada más incómodo que la verdad. Y la verdad se llama «diglosia». Miradlo en Google, yo ya me canso de decirlo. Entraba en los restaurantes de Nueva York y alzaba mi voz diciendo un «buenos días» estruendoso que iba desde Wall Street a la Quinta Avenida y se propagaba hasta Central Park y se oía hasta en el Bronx. Y los camareros me miraban y pensaban cómo se atreve, por qué no la susurra como nosotros, quién es, de dónde viene, habla nuestra lengua, pero la dice en voz alta, es rico, tiene que ser millonario, cómo se atreve, y si es de donde nosotros, tendría que callar ese buenos días y cambiarlo por un «good morning» sin acento. ¡A cuántos recepcionistas les hablé en español! No lo hice por las altas instituciones del Estado, desde la Corona a la Presidencia del Gobierno, o a los Ministerios de Exteriores y de Cultura. Jamás, nunca jamás, por esas instituciones. Lo hice por los millones de desgraciados a los que les tocó en suerte la expresión de la pobreza y del mal político en esta lengua de Cervantes. Lo hice por mis padres, monolingües hasta más no poder. Lo hice por todos aquellos y aquellas que en el franquismo se educaron con curas ultramontanos que enseñaban latín eclesiástico, pero no francés, y menos inglés. Lo hice por Federico García Lorca, que no sabía inglés, que no le dieron ni cinco minutos de vida para aprenderlo. Lo hice por Miguel Delibes, porque él fue el primero que nos habló de los santos inocentes. Sí, yo he amado y amo esta lengua nuestra. Por eso no me avergüenzo de ella, por eso la nombro en Francia, en Alemania, en China, en Estados Unidos, en todas partes donde todos y todas me miran con cara de interrogación profunda, donde todos y todas me dicen «I'm sorry, I don´t speak spanish». Y me miran con desprecio. Dicen «mira, un analfabeto español, uno de pueblo , un palurdo». Y sabéis quiénes lo dicen. Lo dicen los propios españoles, encantados de hablar inglés, orgullosos de no ser pobres de espíritu como yo, con mis «buenos días» en la boca. Y recuerdo ahora el encuentro con cientos de guiris en ascensores de hoteles españoles, y yo diciendo buenos días, y ellos no contestando nada, aunque sabiendo ellos y yo que mis buenos días creaban una incomodidad política, pues visibilizaba la nula curiosidad, el no aceptar siquiera que estaban en España, el dar por bueno que yo tengo la obligación de negar mi lengua en la propia España. Y allí estaba otra vez la fórmula mágica: «I´m sorry, I don´t speak spanish». Prueba a decir tú en español «lo siento, no hablo inglés», y verás lo que te pasa. Barata es España, y nadie aprende la lengua de los países baratos. Nadie aprende la cultura de la gente barata. Barato es todo aquí. «I´m sorry, I don´t speak Spanish» ha sido mi vida fuera de España y pronto será mi vida dentro de España. Pobres padres míos. La lengua en la que me hablaron sigue estando sola. La lengua en la que me quisieron es como fue siempre, un «I don´t speak spanish». Id por Europa y por Estados Unidos y por Asia con un buenos días humilde y claro en los labios valientes. Solo con eso ya haríais más por el español que todos quienes nos gobiernan. Sobre todo no os avergoncéis de hablar español. Si no por vosotros, hacedlo por vuestros padres y por vuestros abuelos, que nunca supieron decir «good morning». Amada lengua mía, nadie te defiende. Solo yo voy por el mundo cantando a pleno pulmón un «buenos días» alegre, dichoso, trabajador y paleto. Un santo inocente más.