Los viejos cacharros

Los mejores conductores son los que se lo creen, los que se lo tienen creído. No fallan nunca, adelantan en el momento preciso, el ámbar brilla en sus ojos con el color del verde succionado por el semáforo, las líneas de la calzada son elementos decorativos y todos son lentos. Unos cracks. Y el resto de los conductores mortales les dejamos pasar ante sus acometidas, les vemos pasar cuando el semáforo recomienda lo contrario, calibramos también el espacio que quieren entre las líneas imaginarias que han borrado de su cerebro y contenemos la respiración en el rebufo tras su velocidad, tras su ejercicio decidido de aceleración, imposible de acometer la maniobra sin la permisividad del resto.