Entre aliens y perdedores

Yorgos Lanthimos saltó a la fama por Dogtooth (2009), la historia de una familia en cautiverio permanente porque el padre decidió que sus hijos solo podrían salir de casa hasta que se les cayeran los colmillos. Según el cineasta griego, la historia se le ocurrió cuando unos amigos le comentaron sus planes de boda, y él se puso a reflexionar sobre los claroscuros de la familia como institución, agregando a esto la posibilidad de un patriarca ultraprotector hasta el delirio. La anécdota suena más pomposa que sugestiva pero es difícil de creer, porque ese relato sórdido, alucinante, ya lo había filmado Arturo Ripstein décadas atrás: El castillo de la pureza (1973), guion escrito con José Emilio Pacheco y basado en un hecho real de 1959, clásico que trascendió fronteras y continentes.Antes de ese nada original Dogtooth, Lanthimos arrastraba un debut no muy bueno (Kinetta, la historia de unos patéticos fans de los serial killers que se divertían “recreando” los homicidios). Después hizo Alps: Los suplantadores, que tampoco funcionó del todo como el filme del enjaulado clan canino. Finalmente dio en el clavo en la taquilla con La langosta y después la mejor de sus películas: El sacrificio del ciervo sagrado (2017), un filme inquietante, oscuro, que despierta emociones negativas en el espectador.Lanthimos filmó parte de su corto Nimic en la colonia Roma de la Ciudad de México, y sigue trabajando con su actriz vuelta fetiche, Emma Stone (La favorita, Pobres criaturas, Tipos de gentileza). Bugonia, su largometraje más reciente, la lleva en el papel estelar, y a pesar de ser un remake de la cinta sudcoreana Save the Green Planet! (2003) de Jang Joon–hwan, resulta más intensa que la versión feminista de Frankenstein y que la trilogía dramática donde no hay un solo rastro de gentileza.¿Qué hace diferente la adaptación de Lanthimos? Un detalle de lo más sencillo: la ironía. En el relato en que dos perdedores se arrogan la misión de salvar al mundo de los extraterrestres infiltrados en el espectro empresarial, el cineasta griego imprime más dosis de pesimismo que arrebato, más melancolía que intrepidez. Sus personajes no son esos antihéroes que entran en acción enloquecida como en el filme de Joon–hwan sino más pasivos, circunspectos, aún dudosos de la efectividad de su cruzada: el punto de inflexión lo da Aidan Delbis en el papel de Don, un joven neurodivergente que no es actor profesional, pero brilla mucho más que Jesse Plemons como Teddy y en su escena cúspide supera a la Michelle interpretada por Emma Stone.Bugonia, como cortesía para los adeptos del cine de Lanthimos, posee cierto toque de poesía: la reflexión sobre las reglas de la vida en los panales; los close up a una abeja en flor (de hecho, el título de la cinta remite a las begonias); la agonizante madre de Teddy hecha un ser flotante, cuerpo que asciende poco a poco al cielo. Suena cursi pero la imagen en blanco y negro donde el hijo la sujeta del catéter como el cordón de un globo no lo es.De igual manera, el griego le cumple a sus partidarios manteniendo el pulso narrativo entre el absurdo y la coherencia de los actos de su personaje principal, que más que venganza busca negociar la supervivencia del planeta con los alienígenas, esos seres sabios que, como en la mayoría de las ficciones sci–fi, experimentan, juegan, se ensañan con la humanidad y su destino, porque en el reino natural no hay mamíferos más estúpidos, egoístas, autodestructivos que los de nuestra especie, aunque los necios sigan pensando lo contrario.AQ / MCB