—Buen día, señor, ¿usted me puede informar sobre las tumbas?—Depende, joven.—¿De qué?—De a quién esté buscando.—Estoy buscando a mi madre, a mi padre y a mi hermano menor.—Es mucha gente, oiga. Debería saber dónde están.—Señor, estuve lejos y…—Va a estar difícil y más por la Navidad.***Me enseñaron a no llorar, mi padre decía: “Es de maricones”. Y los maricones se van al infierno por eso y por chillones. Como dos pecados en uno, por un lado, mariconear, y, por otro, chillar. Si uno chillaba, mariconeaba; pero si uno mariconeaba no necesariamente chillaba.Y las frases de mi infancia hacían eco: Nos acusó con la maestra, maricón. ¿Vas a venir, maricón? Dile que te gusta, mariquita. ¿Te da miedo que se enoje tu vieja, maricón?Mi padre me enseñó que los hombres no lloran, aunque entierren a su hijo de quince años. Se aguantan.Me fui lejos con la firme intención de no regresar a este pueblo escabroso, con casas edificadas en los cerros, como si se aferraran a poblar los barrancos; a este clima donde entrar en la cama parecía más saltar a la alberca; neblina cerrada a las seis de la tarde, dolores de huesos, el moho aferrado en las paredes.Veinticinco años, ni uno más, salí con la promesa de una vida nueva en mi maleta: una maestría en Europa, que después se convirtió en un doctorado y finalmente en un trabajo donde conocí a una mujer con terror a volar y poca curiosidad por lo que ocurría en otros lados del mundo.Desde el día que abandoné este pueblo, mi escueto contacto familiar se limitó a una llamada semanal en que la tristeza de mi madre se colaba a través de frases cortas y la hombría de mi padre se fue convirtiendo en un eco. Ellos, como el moho pegado en las piedras, nunca quisieron viajar: “Está difícil este año, pero, si Dios quiere, el próximo hacemos el esfuerzo”. Dios nunca quiso. Mi madre murió un martes y, semanas después, mi padre. Cada noticia me la dio mi primo con un mensaje de texto en el que también detalló la cuenta bancaria donde tenía que depositar lo correspondiente a los gastos funerarios. Quise volver tras mi divorcio, pero no viajas cuando hay norte, se debe esperar la calma. No soportaba la idea de pasar una Navidad solitario en la ciudad más hermosa para el romance invernal, no podía permitirme esa desdicha mientras mi exmujer volaba, de la mano de mi único amigo, hacia las islas griegas.***—A ver, señor, primero fue la tumba de mi hermano. No tiene mucho que fue también la tumba de mis padres.—¿No supo que llovió mucho y se deslavó la mitad del cerro?—¿Y eso qué?—Que se salieron los muertos de sus tumbas —el viejo se persignó con las manos gruesas y callosas—. Se fueron a la barranca. —¿Dejaron los cuerpos ahí?—Ya, Dios dispuso y los ha ido tapando. Algunos pagaron por buscar a sus muertitos, pero no es fácil reconocer puros huesos. Verá, nos dijeron que hay unos exámenes caros…—Y entonces, ¿qué sigue? —interrumpí al viejo con una desesperación, hasta entonces, desconocida en mí.—Pase a la capilla y páguele al cura, que en la misa de Nochebuena diga unas palabras por sus difuntos, que en paz descansen —el viejo se persignó dramáticamente—. Al menos los vino a buscar en Navidad. Joven, no llore, repóngase.AQ / MCB