Hay muchas personas que se dedican profesionalmente a cocinar para los demás, que preparan platos suculentos, que sirven sofisticados menús, que elaboran recetas de antaño e innovan con nuevas preparaciones, o que simplemente tratan la materia prima para servirla y alimentar a quienes acuden a los establecimientos que regentan o en los que trabajan. Pero, además de en los bares, cafeterías y restaurantes, a diario, se cocina en casi todas las casas y hogares. Y es cierto que vivimos tan deprisa que, habitualmente, lo hacemos de un modo un tanto automatizado, por inercia y como un hábito o rutina más que forman parte de la cotidianidad. Pero, ahora que se acerca el momento de celebrar multitud de comidas familiares y de amigos, habría que reparar en lo que supone el gesto de cocinar para los demás, especialmente cuando se cocina para seres queridos, para personas a las que amamos, para gente a la que profesamos cariño. Cocinar es una manera de acariciar el alma de los demás y de decir «te quiero» sin utilizar la palabra. Cocinar es, además, sinónimo de cuidar.