La expresión ‘política industrial’, hoy de moda en la UE, fue quedando arrumbada desde que a principios de los 80 del siglo XX la premier británica Margaret Thatcher acometió su política económica liberal, antisindical y privatizadora. Una versión socialmente atenuada y más compensada fue puesta en práctica en España en ese tiempo por el equipo económico de Gobiernos de Felipe González («la mejor política industrial es la que no existe»). El desmontaje del sector público empresarial afectó a compañías que pedían ajustes (o incluso desguaces), pero se privatizaron también empresas estratégicas punteras. Como es natural, Aznar pisó el acelerador en esa vía entre la mitad de los 90 y la primera década del siglo XXI. La pérdida de esa palanca coadyuvó a la muerte y sepultura de la política industrial en España. De hecho, se enterró incluso la idea, que a muchos ahora les parece tan extraña.