Siempre recuerdo los relatos que las personas mayores nos contaban a los más pequeños, a los críos, en los pueblos para transmitirnos sus enseñanzas, experiencias y sabiduría. Aquel magisterio a la hora de observar, analizar, entender y aprender de quienes para nosotros eran personas muy viejas, con edades superiores a los sesenta y hasta setenta años, contrastaba hace ahora más de medio siglo con nuestro deseo de saber y la inquietud y nerviosismo de la infancia, que impedían que tuviéramos la paciencia y el sosiego necesarios para escuchar con atención, debido a las prisas por querer comprenderlo todo al instante.