La relación entre ERC y Junts siempre ha sido tensa y en buena medida artificiosa. Lo era cuando todavía existía Convergència y Esquerra se cobijaba en el tripartit, lo era cuando compartían la candidatura de Junts pel Sí, y lo era todavía más cuando se coaligaron en el Govern. Cuando presidía la posconvergencia, los republicanos siempre alegaban que había menos ruido porque eran fieles a la presidencia y que, cuando le tocó a ERC liderar, Junts rompió. Hay algún dirigente de las filas de Carles Puigdemont que admite en privado que son una fuerza de gobierno, que llevan mal no capitanear y que les es aún más complejo ser oposición después de haber gobernado tantos años. Para Esquerra tampoco es fácil quedarse fuera y ser un aliado del nuevo inquilino, Salvador Illa, pero sus dirigentes creen que una buena oposición da garantías de buen gobierno, parafraseando así al president.