«Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:16). Eso mismo se puede decir del presidente de Castilla-La Mancha, quien ha decidido cambiar el nombre de las vacaciones de Navidad y Semana Santa por «descanso del primer y segundo trimestre». Ignoro si esta modificación se debe a su deseo de pasar a la historia, a la búsqueda de un mayor foco mediático, a querer resaltar su condición de progresista, a intentar contentar a ciudadanos de otras religiones distintas a la católica para ganar votos entre ellos, o incluso a un intento de atacar o menospreciar a los católicos, suponiendo que ya tiene asegurados sus votos. Lo cierto es que parece que tanto los que le votan como los que no lo hacen, tanto los de su partido como los que no lo son, ya lo están conociendo demasiado bien. Va a ser difícil que, en el futuro, pueda engañar a todos los votantes castellano-manchegos. Y no solo en este tema, sino también en todo lo relacionado con los presuntos casos de corrupción que involucran a miembros del PSOE o sus allegados. Frente a estos temas, se pone muy digno, como si no tuviera nada que ver, haciendo declaraciones sobre cómo es imposible gobernar de esa manera, pero no hace nada para poner fin a la legislatura y convocar elecciones lo antes posible. Parece que está esperando que la secretaría general de su partido y la presidencia del Gobierno le lleguen sin arriesgarse, como un político tibio que no se moja. Pero como dice el Apocalipsis: «Y así, porque eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Apocalipsis 3:16). Esto es lo que puede sucederle a García-Page: tanto querer agradar a unos y a otros para atraer votos, que al final los votantes, que son más astutos de lo que muchos políticos creen, terminarán huyendo de aquellos que dicen una cosa y hacen lo contrario. Manuel Escribano. Boadilla del Monte (Madrid) Llevamos años escuchando que hay que apostar por el transporte público: para reducir emisiones, aliviar el tráfico... El problema es que, más allá de los discursos y las ruedas de prensa, esa apuesta a menudo se queda en palabras. Para mucha gente, usar el transporte público implica encadenar combinaciones imposibles, esperar autobuses que pasan cada hora –con suerte– o asumir retrasos recurrentes que hacen inviable llegar puntual al trabajo. Por la noche y los fines de semana. En muchos municipios no hay alternativa: si no tienes coche, no tienes vida social, cultural ni comunitaria. Se nos pide que dejemos el coche, pero el servicio que debería hacerlo posible sigue funcionando como si la gente no tuviera horarios reales ni obligaciones. Invertir en transporte público no es solo comprar trenes o autobuses nuevos; es garantizar frecuencias dignas, buenas conexiones entre pueblos y ciudades y horarios pensados para la vida cotidiana. Mientras tanto, hablar de «movilidad sostenible» sin reforzar el servicio es pedir fe a quienes llevan años haciendo equilibrios con la paciencia. Joan Sala Ferrer. Granollers (Barcelona)