El Patriarca Latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, ha visitado Gaza por Navidad, la primera visita desde el alto el fuego

“Me siguen diciendo que tengo que ser neutral. Vengan conmigo a Gaza, hablen con mi gente, que lo ha perdido todo, y luego díganme que tengo que ser neutral.” Así de contundente se mostró el Cardenal Pizzaballa durante su última visita a Gaza, el año pasado. La franja seguía viviendo bajo el fuego que caía sin parar desde las aeronaves y los drones israelíes. Un goteo incesante de varias toneladas de explosivo que descargaban su furia sin distinguir entre terroristas y civiles. Ahora, esa terrorífica percusión que atormentaba incesantemente a los gazatíes se ha detenido, o mejor dicho se ha atenuado muchísimo, sigue habiendo explosiones y disparos esporádicos, pero muy reducidos por ese acuerdo de alto el fuego, tan frágil como poco respetado por las partes. Este año, en ese contexto de tregua tensa, Pizzaballa ha visitado la única parroquia católica de Gaza, la de la Sagrada Familia que dirige, casi heróicamente, el Padre Gabriel Romanelli. La visita ha sido un presagio de paz, un presagio de una Navidad mucho más tranquila que las dos anteriores que se han vivido en Gaza, una Navidad en la que por fin se podrá celebrar la llegada de Cristo. El Cardenal ha visitado la escuela que lleva el padre Romanelli, una escuela en la que niños cristianos y musulmanes se juntan para recibir una educación, para poder tener acceso a ese derecho que se les ha negado durante el hostigamiento israelí en esta guerra tan cruenta como interminable. La labor de Pizzaballa en un conflicto centenario, enquistado y con un futuro tan incierto como preocupante es incalculable. El italiano ejerce de mediador, de mensajero de la esperanza, pero mantiene la contundencia para denunciar las injusticias, los abusos y las opresiones que Israel ha ejercido contra los palestinos históricamente, también atesora la valentía de enfrentarse al fanatismo yihadista que encarna Hamás y que, por desesperación, marca los pasos de la resistencia palestina, históricamente laica y con gran presencia cristiana. Pizzaballa, como la Iglesia, defiende la opción de los dos estados, la única viable y defendible, también la que parece cada vez más lejana e irrealizable, aun así no se deja llevar por un pesimismo que parece inevitable, aboga por esa solución en todo momento, en todo lugar, con el convencimiento de que cualquier otro camino por el que se desvíe el conflicto, implica muerte, violencia, masacre y, con toda probabilidad, la destrucción de un pueblo, el genocidio, la fatídica y espeluznante desaparición de un grupo de gente por la intolerancia y la incapacidad del otro de convivir pacíficamente. El panorama es tan desolador que ciertos momentos de alegría, de paz y de esperanza se quedan grabados en los corazones de los gazatíes que los viven, pero seguro que también en todos los que hemos podido verlo desde la inevitable distancia geográfica y figurada que tenemos del conflicto. La imagen es casi utópica, un grupo de niños palestinos rodean al cardenal, frente a la fachada maltrecha de la Iglesia de la Sagrada Familia de Gaza, a su lado, un hombre suelta una paloma blanca, símbolo de la paz, símbolo del Espíritu Santo, que sobrevuela el templo entre el júbilo de pequeños y mayores que miran hacia arriba y señalan al simbólico animal entre sonrisas y alegría. La imagen, a pesar de su aparente intrascendencia a primera vista, esconde un valor incalculable para los gazatíes, especialmente para esos niños que han sido objeto de la crueldad de quien les dejó sin comida para saciar su hambre, de quien les dejó sin techo para resguardarse, de quien les dejó sin hogar donde refugiarse y, en demasiados casos, sin familia donde regocijarse.