Brandon 'Perro' Mejía, cuando el boxeo mexicano se niega a morir

La madrugada en Nicolás Romero no suena a gallos ni a promesas. Suena a motores cansados, a bolsas de plástico golpeando el manubrio, a un cuerpo que sigue en movimiento porque detenerse nunca fue opción. También suena —y duele decirlo— a delincuencia, drogadicción, alcohol, vicios que arrastran. Ahí empezó todo para Brandon “El Perro” Mejía Mosqueda. No en un gimnasio con frases huecas, sino en la calle, con el frío metiéndose en los huesos y la urgencia empujándolo por la espalda. Con coraje, furia y una voluntad que no pide permiso, Brandon decidió que su Nicolás Romero iba a sonar a campana de ring.Antes del ring hubo una motocicleta. Antes del aplauso, el silencio. Brandon repartía comida para sobrevivir, no para contarlo después. Con una hija en camino y el dinero siempre llegando tarde, entrenaba dos veces al día y luego salía a esquivar coches, baches y la posibilidad real de no volver a casa. Cada viaje era una ruleta. Cada frenón, un recordatorio brutal: un accidente podía borrar el boxeo de su vida sin pedirle opinión.Y antes de ser campeón y de sumar nocauts como quien suma cicatrices, Brandon Mejía también conoció el golpe incómodo del fracaso. En los Juegos Panamericanos Juveniles en 2021 en Cali, Colombia; cuando todavía vestía el uniforme amateur y cargaba el peso de una bandera más grande que su experiencia, quedó eliminado en su primera pelea. Fue una caída temprana, silenciosa, de esas que no hacen ruido mediático pero que te sacuden por dentro. Ahí no hubo épica ni consuelo: hubo frustración, desorden y la certeza brutal de que el talento sin preparación no alcanza. Ese tropiezo, más que una mancha, fue una advertencia. “El Perro” no brilló en el escenario panamericano, se estrelló. Y justo ahí entendió algo que muchos no asimilan nunca: el boxeo no perdona la improvisación. Esa derrota no lo lanzó a la fama, pero sí lo empujó a golpes de realidad hacia el peleador que es hoy.Pero hay hombres que no saben vivir a medias. Brandon es uno de ellos.En el gimnasio sudaba con una concentración casi animal. Mirada baja, mandíbula apretada, respiración controlada. No hablaba de sueños; los cargaba en la espalda. Golpeaba como quien entiende que el error se paga caro. En el ring aprendió a resistir; en la calle, a no rendirse.Por eso no sorprende lo que pasó después. El WBC Boxing Grand Prix no lo dobló, no lo confundió, no lo mareó con luces. Más de 2000 peleadores aplicaron, solo 128 al torneo llegaron con ilusiones intactas; ronda tras ronda, esas ilusiones se fueron cayendo. Brandon no. Fue el único mexicano que se mantuvo de pie cuando el torneo empezó a cobrar factura. No por suerte, sino por cabeza. Por temple. Por esa mentalidad que se construye cuando perder no es una opción porque no existe red de seguridad.En semifinales, el sudafricano Bekizizwe Maitse entendió la lección en el cuerpo: un gancho al hígado en el quinto asalto le apagó todo. Nocaut seco, quirúrgico. Brandon no festejó de más. Sabía que faltaba el último acto.Y en la final, frente al italiano Muhamet Qamili, Brandon hizo lo que sabe hacer: pelear sin concesiones, sin pose, sin miedo. Ganó. Punto. Levantó el trofeo José Sulaimán – Flame of Hope (Flama de Esperanza) sin discursos grandilocuentes, sin fuegos artificiales. Porque Brandon no pelea por placas ni ceremonias. Pelea por cada noche sin descanso, por cada entrega bajo la lluvia, por cada entrenamiento con el cuerpo cansado y el alma terca. Y por su hija, Alisson Cattleya, que es su verdadera esquina.Hoy su récord dice 13-0, 10 KO. Una cifra limpia, contundente. Pero sigue siendo apenas una estadística. Lo verdaderamente pesado es lo que carga detrás.Porque Brandon “El Perro” Mejía no llegó hasta aquí buscando gloria. Llegó sobreviviendo. Y cuando un hombre aprende a sobrevivir así, no hay ring que le quede grande ni golpe que lo haga retroceder.Y entonces vuelve la pregunta incómoda, esa que nadie quiere responder en voz alta: ¿dónde están los nuestros? ¿Dónde quedaron los “Ratón” Macías, los peleadores forjados a golpes de barrio y dignidad? ¿Dónde vive hoy el espíritu inagotable de los “Chiquita” González, pequeños de estatura y gigantes de carácter? El boxeo mexicano, el que se presumía inagotable, a veces parece buscarse en el espejo sin reconocerse.Por eso Brandon es nuestro Brandon. No porque sea perfecto, sino porque es real. Porque duele pensar que se nos escape, porque inquieta imaginar que ya no haya más como él, que las camadas se adelgacen entre la prisa, el abandono y la falta de oportunidades. Brandon no es una moda ni un producto: es resistencia pura.Y sí, ganó. Y sí, ya lleva 13. Pero más allá del número, lo que hizo fue recordarnos algo esencial: el boxeo mexicano todavía respira. A veces jadea. A veces sangra. Pero sigue de pie. Y mientras existan tipos como Brandon “El Perro” Mejía, seguirá respirando, aunque sea —como siempre— a golpes de fe.MGC