'Cordópolis' acompaña durante una mañana a las monjas del convento de Santa Clara de la Columna, en Belalcázar, tras el reconocimiento nacional a los productos que elaboran para, principalmente, el sostenimiento del inmueble Entre el aroma dulce de la almendra de Priego de Córdoba, azúcar, limón y masa recién horneada, el convento de Santa Clara de la Columna de Belalcázar celebra un hito histórico: la Guía Repsol ha otorgado un Solete a los dulces artesanos que realizan las religiosas que habitan este edificio medieval. Un reconocimiento que ilumina su cocina y pone en valor siglos de tradición, esfuerzo y devoción encarnada actualmente en solo diez monjas. Este año ha marcado un antes y un después para la repostería conventual en España: por primera vez en su historia, la Guía Repsol ha decidido incluir y premiar la tradición repostera de conventos de clausura con su distintivo Solete, hasta ahora reservado a restaurantes, bares y cafeterías ideales para celebrar la Navidad y el invierno. Entre los 27 conventos de 12 congregaciones diferentes que han recibido este reconocimiento por sus dulces artesanales, está este convento, donde las hermanas clarisas realizan todo a mano y tan solo cuentan con un horno, una laminadora de masa y un pequeño mezclador. El secreto de estos dulces no solo está en la masa, sino en esas manos con las que preparan auténticas delicias del paladar que viajan por toda España. Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces Belalcázar nos recibe con una temperatura que obliga a que el abrigo sea tu compañero de visita. A las puertas del convento aguarda un repartidor de mensajería, que va y viene a su furgoneta, donde apila los paquetes que estas monjas de clausura han preparado y que irán hacia diferentes lugares del país. El Solete Repsol ha disparado la demanda de estos dulces conventuales, así que de lunes a viernes, las religiosas trabajan por la mañana para sacar adelante todos los pedidos. Aunque reconocen que esta labor es fundamental para el sostenimiento del propio convento, insisten en que su razón de estar en el mundo es el de la oración. “El Solete es un regalo, un reconocimiento al esfuerzo y al cariño con el que trabajamos cada día”, explica Sor Isabel, mientras enumera los productos que han conquistado tanto a visitantes como a expertos: el repelado, pastas de almendra, roscos de almendra, clarita de nuez, yemas, delicias con almendra, y en Navidad, cocadas, princesitas, nevaditos , polvorones y pasteles de gloria. Cada dulce se elabora manual y artesanalmente, siguiendo recetas que se transmiten de generación en generación“. Como ella misma destaca, ”cada uno no sale igual que el otro, es lo normal“. Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces Para las monjas, el secreto no está solo en la técnica, sino en la armonía de la comunidad. Sor Isabel añade: “Aunque tengamos mucho trabajo, siempre se coordina con la oración. Trabajamos, pero siempre decimos que si no está acompañado por la oración, no tiene sentido”. El convento, fundado en 1476 por doña Elvira de Zúñiga para frailes y convertido en cenobio femenino por sus hijas Leonor e Isabel en 1483, es uno de los conjuntos conventuales más importantes de Córdoba. Conserva su arquitectura gótica de los Reyes Católicos, con una iglesia de nave única y bóvedas de crucería, esculturas hispano-flamencas y un claustro de dos pisos con galerías, arcos carpaneles, pretiles góticos y artesonados pintados. El olor a dulce se percibe desde la entrada al convento, que tiene más de 17.000 metros cuadrados. Sus bastos muros resguardan del frío. Casi todas las hermanas están en la cocina desde las 9:30 menos la mayor, que tiene 92 años. Cuentan que está “estupendamente”, pero que “hoy se ha levantado pachuchilla”. Repostería para el mantenimiento del convento La comunidad produce dulces durante todo el año, aunque algunos productos son típicos de Navidad. El repelado, su producto estrella, se elabora desde que llegaron las primeras fundadoras al convento, que datan de mediados del siglo XV, y permanece como un símbolo de la historia del monasterio. Además, elaboran mermeladas artesanales y, en verano, helados de fruta natural y de multitud de sabores: melocotón, ciruela, naranja, limón, piña, vainilla, nata, arándano, chocolate y turrón. El reconocimiento del Solete ha tenido un impacto inmediato en la demanda. “Desde que nos dieron el Solete, teníamos pedidos en internet, pero no como estas semanas. Nos ha llegado gente de toda España, Andalucía, Huelva, Almería… y nos sentimos muy orgullosas”, cuenta Sor Gloria. Además, los productos se venden en algunos bares y supermercados locales. Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces La venta de dulces es fundamental para sostener “el mantenimiento del convento”, que incluye muchísimos gastos: cubrir gastos de infraestructura, como limpieza y reparación de los tejados y del claustro -acaban de recibir una ayuda de la Junta de Andalucía para esto último-; para pagar seguros y para hacer los proyectos sociales de la comunidad. La Diócesis de Córdoba, reconocen, no les da ninguna ayuda económica, salvo “que sea una necesidad muy urgente”. Actualmente hay diez monjas, con edades que van de los 41 a los 92 años. Cuatro son españolas, pero ninguna cordobesa. Dos son de Arjona, un pueblo de Jaén, otra, de Ronda; y la última, de Extremadura. La lista la completan cuatro mujeres de Kenia, una, de Tanzania; y otra, de Nicaragua. La transmisión de conocimientos es vital: las hermanas mayores enseñan a las más jóvenes, garantizando que las técnicas y recetas se mantengan vivas. “Nuestra maestra fue Sor María de Jesús, que aprendió de las hermanas de aquí y nos enseñó a nosotras. Así seguimos pasando el saber de unas a otras”, explica Sor Isabel. Al día suelen emplear unos 25 kilos de harina, que pueden doblar su peso tras la incorporación de todos los ingredientes. Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces Falta de vocaciones, la gran necesidad de esta pequeña comunidad Cada mes, tres hermanas se encargan de la cocina, levantándose temprano para preparar las masas, mientras el resto colabora en diferentes tareas. La vida diaria combina trabajo, oración y vida comunitaria, con oficios de lectura, eucaristía y meditación, intercalados con la labor manual. En esta historia también hay un pero: la falta de vocaciones; una preocupación constante para la comunidad que sabe que en esas incorporaciones está el futuro de estas tradiciones y de la gestión de su patrimonio histórico. “Ahora mismo es nuestra necesidad más grande. Necesitamos hermanas que traigan vida a nuestra comunidad, que se incorporen y continúen con nuestra labor. Hacemos todo lo posible para dar a conocer nuestro convento y nuestras actividades, pero la decisión de unirse depende de cada persona”, explica Sor Isabel. Ella llegó al convento en 1997, 60 años después de que no entrara ninguna vocación. Decidió hacerse monja cuando apenas estaba recién licenciada en Derecho, por lo que nunca ha llegado a ejercer como abogada. Más allá de la venta de dulces, quién sabe si este Solete les supondrá una mayor proyección internacional que lleve a otras mujeres a seguir su senda. Lo que está claro es que su dedicación y cariño en la cocina son valedores de este distintivo con el que están tendiendo un puente entre siglos de tradición y el paladar de quienes disfrutan sus dulces artesanos hoy en toda España. Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces Las Hermanas Clarisas de Belalcázar reciben un Solete Repsol por sus dulces