Era un sábado por la tarde de principios de la década de los 90. Estaba yo en la redacción del periódico y sonó el teléfono. Era mi amigo Michels, corresponsal en Andratx. Tenía un enfado tremendo. Había previsto hacer unas fotos en el chalet del príncipe Zourab Tchokotua, en el Port d’Andratx, pero un guardia civil le prohibió el acceso por un camino público. Una buena fuente le había asegurado que aquella tarde estarían en el chalet Juan Carlos I y Marta Gayá, una amiga con derecho a roce.