Casas grandes

Mientras alcanzamos el absurdo de considerar el premio gordo de la Lotería una propinilla que ya no alcanza ni para comprar un pisito sencillo en un barrio obrero, la prensa publica una noticia impactante: ocho de cada diez mayores de 65 años viven en casas demasiado grandes para ellos. No lo dice claramente, pero no hace falta: los viejos disfrutan de muchos metros cuadrados en su casa y eso no se puede consentir. Si esto lo publicara el boletín de un grupúsculo nostálgico de los soviets no sería sorprendente, pero lo hace uno de los grandes medios nacionales, nada sospechoso de comunismo. Hace meses que discurre una estratagema para enfrentar a jóvenes y ancianos. Porque los primeros tienen sueldos de miseria y los segundos gozan, según ellos, de fantásticas pensiones. Mucho que matizar ahí. Habría que señalar que el crimen no es que el abuelo disfrute de una vejez confortable, sino que el nieto se vea esclavizado por un empresariado que se aferra al salario mínimo como salvavidas. Luego está el tema de la vivienda, un asunto del que los poderes públicos se han desentendido alegremente por décadas, primero tras la crisis de 2008 que dejó el paisaje lleno de grúas abandonadas y después en 2020 por la pandemia, al mismo tiempo que llenaban España de millones de inmigrantes. ¿Resultado? Faltan cientos de miles de pisos que ningún gobierno quiere construir porque es muy caro. Y la gente en la calle. Pero, ay, los lumbreras de arriba siempre son capaces de ir más allá, son como faros en la oscuridad y ahora han descubierto que las casas de antes, diseñadas para una familia numerosa, solo están ocupadas por un viejo o dos. ¿Solución? Echarles u obligarles a compartir. ¡Qué asco, de verdad!