Miguel Ángel Gallardo es un hombre acostumbrado a ganar, aunque sus últimos meses inviten a pensar lo contrario. Siempre que fue a las urnas, ganó. Seis mayorías absolutas en su ciudad, Villanueva de la Serena, y dos primarias ganadas para ser secretario general del PSOE de Extremadura en menos de un año, así lo acreditan. Él se encarga, además, de recordarlo con cierto orgullo. Este domingo, si las encuestas no se equivocan y se pasan -muy- de largo, podría dejar de ganar. Los sondeos le auguran el peor resultado de la historia de los socialistas en un bastión histórico como Extremadura, donde nunca han bajado del 39% de los votos. Según GAD3, Gallardo podría hacer caer ese porcentaje hasta un paupérrimo 27%. Después de gobernar con mano de hierro como presidente de la Diputación de Badajoz, Gallardo confirmó las teorías que le llevaban acompañando años antes. Todos a su alrededor sabían que buscaba ser el sustituto de Guillermo Fernández Vara. Hasta que dio el paso en 2023, después de que el PSOE perdiese la Junta. Antes de eso, su perfil político era de cierto prestigio en la comunidad autónoma. Aunque pocos se acuerdan, como alcalde de Villanueva de la Serena, impulsó la fusión con Don Benito, que acabó rota antes de tiempo pero con la que consiguió ponerse en el escaparate regional. Su paso al frente para liderar el PSOE de Extremadura no fue bien recibido por todos. Ni siquiera por Ferraz, que le colocó a una candidata enfrente, la cacereña Lara Garlito . Gallardo, sin embargo, ganó las primarias y volvió a hacerlo meses después cuando otra cacereña, Esther Gutiérrez, también le plantó batalla. Ganó, pero no convenció. Se impuso gracias al apoyo de la provincia de Badajoz, pero con el rechazo de Cáceres. Una división que no ha hecho más que crecer en los últimos meses. Su situación judicial, a raíz de la contratación del hermano de Sánchez en la Diputación de Badajoz, le ha llevado al banquillo de los acusados por prevaricación y tráfico de influencias. La «pena del telediario», como siempre se empeña en recalcar, le ha perjudicado públicamente, pero seguramente no ha sido lo que más daño le ha hecho entre propios y extraños. Su movimiento para entrar en la Asamblea de Extremadura, tras la renuncia de cinco compañeros, para conseguir su aforamiento le dejó contra las cuerdas. Nadie lo entendió. Tampoco la justicia. El TSJEX lo consideró «fraude de ley». A partir de ahí, procesado y erróneamente aforado, su situación era de extrema fragilidad para encarar unas Elecciones Autonómicas como candidato. Los escándalos sexuales del partido a nivel nacional le han perjudicado, también, en una campaña en la que él ni ha sabido ni ha podido brillar. Salió mal parado de los dos debates y su figura no ha conseguido, tampoco, sobreponerse a nivel interno en los actos de su partido. Es, seguramente, el primer candidato frágil del PSOE en Extremadura. Tras décadas de gobierno de Rodríguez Ibarra y Fernández Vara, es la primera vez que el candidato socialista llega a unas elecciones en clarísima desventaja. Él confía en «dar la sorpresa» y en que los socialistas indecisos, finalmente, acaben cediendo. Confía en la gran infraestructura del PSOE en la región para salvar una hecatombe que parece estar escrita.