Al acabar de leer La edad infinita, la extraordinaria novela de Miriam Reyes (Ourense, 1974), me acordé de aquello que le leí hace ya años a Umberto Eco: leer es una manera incomparable de viajar y vivir las vidas de otras personas. No creo que el maestro italiano lo dijera por dar un titular o una afirmación resultona. Realmente creo que lo dijo con todo el sentido, pues cada lector que se sumerja en un libro puede experimentar lo dicho por el autor de Apocalípticos e integrados. En La edad infinita esto se advierte especialmente; la escritura se plantea aquí como un medio para viajar. Pero el viaje que nos muestra Reyes en su primera novela es un viaje a lo hondo y a lo interior. La incursión que nos ofrece plantea una mirada desafiante al relato tantas veces plagado de tópicos de la emigración española (gallega en este caso concreto) a países del otro lado del Atlántico, como es en esta ocasión Venezuela.