Entre la ira y la compasión

Seguramente, estas letras son las últimas que escribo antes de Navidad. Me hubiera gustado comentar algo al respecto, precisamente porque este dolorido planeta necesita esa esperanza de la que tanto se habla y se desea, pero apenas cultivamos. Y la aparición de Jesucristo en la vida humana es un chute de una esperanza inquebrantable. Pero resulta que no puedo evitar cerrar este maldito año sin dedicarle estas líneas a nuestro hombre en el desguace español, porque lo ha provocado solamente él, y claro está, dándose la mano con cada uno de sus colaboradores, sobre todo de los nacionalistas catalanes y vascos, y otros aprovechados. No puedo evitarlo, y el hecho mismo de tener que hacerlo me llena de ira y de compasión. Un mal trago que me permito casi como una necesidad histórica. Porque se trata de celebrar con toda evidencia el final de un sueño prepotente, narcisista y para colmo insensible a las urgencias españolas. Señor Presidente, se trata de Usted, de lo peor que he conocido en la presidencia de este país que nunca lo mereció. Esta es la desgraciada verdad. Vamos allá.