Vivimos en una sociedad que asocia el cambio con la juventud. Se espera que los adolescentes y los veinteañeros prueben, se equivoquen, reorienten su camino una y otra vez. Pero, pasado cierto punto, pareciera que el guion ya está escrito: carrera profesional consolidada, pareja estable, hipoteca, hijos. A partir de ahí, «cambiar de caballo a mitad de la carrera» se percibe como un riesgo, una excentricidad o incluso un fracaso.