Cuando la presidenta extremeña convocó anticipadamente elecciones en su comunidad autónoma, se enfrentó a tres opciones. La primera era lograr una mayoría absoluta que frenara las aspiraciones de Vox de liderar a la derecha española y sentenciara electoralmente al sanchismo. La segunda, una mayoría suficiente que sumara más que el PSOE y Podemos, poniendo en Vox la carga de elegir entre la abstención o el voto en contra, condenando en este segundo caso a los extremeños a unas nuevas elecciones. Y la tercera, una mayoría insuficiente que obligara a sumar los votos de Vox y diera a Sánchez la fotografía de un PP genuflexo ante Vox. Finalmente, las urnas han concedido al PP la segunda opción, que representa una debacle electoral del PSOE sin precedentes en Extremadura, una subida menor de la esperada para el PP y un éxito evidente para Vox. Los grandes datos electorales apuntan, sin duda, a la generación de una mayoría aplastante de voto conservador que no quiere a la izquierda en el gobierno de Extremadura. La derecha, al margen de denominaciones más precisas, representa el 60 por ciento del voto extremeño y el PP es el partido llamado a liderar el gobierno de la comunidad autónoma. Guardiola no ha cosechado todos los frutos que esperaba con su apuesta por las elecciones anticipadas. Pese a que mejora en cuatro puntos sus resultados, superando el 43 por ciento, solo gana un escaño. Es Vox el beneficiario no tanto de la decisión del PP de adelantar elecciones, cuanto de la polarización practicada por el PSOE, concretamente por Pedro Sánchez, quien probablemente querrá ver en el auge de Vox una esperanza para su futuro político. Esa polarización es una de las causas que explica que, en una comunidad dominada históricamente por la izquierda, la derecha saque casi 25 puntos de ventaja a la izquierda en su conjunto. Este dato es un mensaje directo al PSOE y a su propaganda del miedo a la ultraderecha, que ya no moviliza a sus electores. Ya no hay miedo, entérese el PSOE, a una confluencia de PP y Vox. La caída de la participación ha sido significativa, y tendrá que ser analizada para ver qué factores la han propiciado, aunque, sin duda, el sanchismo se ha hecho disuasorio para el votante socialista, tensado hasta el extremo con la presentación de un candidato como Gallardo, procesado por los tribunales de justicia. Para el PP, el resultado extremeño mete presión para futuros comicios electorales, como los de Aragón y Castilla y León, no porque sus victorias estén en peligro, sino por el riesgo de incurrir en errores de cálculo sobre los movimientos que se están produciendo en el electorado de la derecha. Es evidente que los populares están en condiciones de seguir recibiendo voto del centro, incluso del centro-izquierda decepcionado con Sánchez; y que Vox está recibiendo apoyos que no proceden ya sólo del PP, sino también de sectores sociológicos de la izquierda que se ven afectados en su vida cotidiana por la inseguridad o por los temores, racionales o no, por la inmigración ilegal. Los informes de los estrategas siempre son necesarios, pero más lo es tomarle bien el pulso a la calle. Las tendencias de cambio en España se han consolidado tras los comicios extremeños. La derecha ha arrasado a la izquierda; Sánchez ha sido derrotado y su candidato, laminado sin paliativos y sería patético cualquier mensaje desde Ferraz de que «ha salvado los muebles». No han salvado nada, ni la dignidad, perdida después de apoyar a un procesado por colocar ilegalmente al hermano de Sánchez. El tiempo de cambio político en España no es un bulo, ni una invención de la máquina del fango, sino la expresión diáfana de una voluntad popular, que ha empezado por Extremadura. Estos resultados emplazan a PP y a Vox a revisar las estrategias que mantienen el uno frente al otro, pues siendo evidente que están en disposición de sumar una gran mayoría por el cambio político en España, deben evitar confusiones sobre su prioridad única –es la misma que la de sus votantes–, que no puede ser otra que iniciar un proceso de movilización ciudadana para derogar democráticamente el sanchismo. Equivocarse de adversario es un error que se paga caro y de esto debe de ser consciente Vox cuando María Guardiola inicie la ronda de negociaciones para formar gobierno en Extremadura. Los de Abascal tienen motivos para sentirse muy satisfechos con su resultado, pero también deben asumir la responsabilidad de emplearlos con la sensatez que requiere el momento político.