De hipocresía

El ‘caso Revuelta’ sacude los cimientos de la ultraderecha y deja al descubierto una presunta trama de corrupción y, sobre todo, bajeza moral. La movilización juvenil aparentemente solidaria con las víctimas de la dana se ha convertido en un desvío de fondos que Vox trata de enterrar. Los audios filtrados han sido la puntilla: se escucha perfectamente a dirigentes admitir con cinismo que el dinero recaudado para la tragedia no se gastó en los damnificados. «Tenemos un marrón de la hostia», se reconoce en las grabaciones mientras planean cómo liquidar a Revuelta para que no se sacuda al partido. No deja de ser irónico que quienes se envuelven en la bandera de España y se autoproclaman los únicos patriotas legítimos sean presuntamente aquellos que se han beneficiado del dolor de otros españoles. Resulta miserable que se hayan retenido donaciones destinadas a la gente que lo perdió todo y que en los despachos de la formación se baraje una estrategia para desligarse de su propia marca juvenil y que todo quede oculto. Vox ha respondido en su modo habitual: negación, ataque al mensajero y señalar conspiraciones externas. El manual de siempre. No se investiga. No se depura. No se asumen responsabilidades. Se tapa protegiendo al círculo interno. Pero los audios son elocuentes. No se puede defender a España en tanto se desvalija a los españoles en su peor momento. Ni se puede hablar de valores familiares como es de su agrado cuando se encubren comportamientos deplorables en sus filas. Este caso no deja de ser un espejo incómodo de cómo funciona Vox cuando el escándalo no viene de fuera, sino de dentro. Rompe el cristal y culpa al reflejo. El verdadero escándalo no es sólo lo que vergonzosamente ocurrió, sino todo lo que están dispuestos a tolerar para que no se sepa. La moral no se proclama, se practica. Y aquí sólo vemos hipocresía.