La rueda de la fortuna

Como cada 22 de diciembre, hoy España se detiene durante unas horas para escuchar los cantos de los niños de San Ildefonso que antes decían «cincuenta mil pesetas» y hoy dicen «mil euros». ¿La diferencia? Cincuenta mil pesetas son trescientos euros, mientras que mil euros serían ciento sesenta mil pesetas. Creo que todos perdimos algo con la llegada de los euros. Al menos perdimos la nostalgia de las viejas pesetas de papel, con un don Quijote muy triste en la cara y un bodegón de armas medievales en la cruz. La Lotería de Navidad, mezcla de ilusión y superstición, mueve un país entero que confía en la sonrisa caprichosa de la fortuna. También en nuestras Islas confiamos en el azar de la Lotería, y las administraciones se llenan de colas y esperanzas. En 1935, un pellizco del Gordo cayó en Ciutadella. El número agraciado fue el 25.888. Eran tiempos duros y una papeleta de una peseta podía cambiarlo todo. Hubo quien compró una casa nueva, quien inició un pequeño caudal, quien saneó deudas antiguas. Otros, en cambio, gastaron aquel dinero a manos llenas. La amargura llegó al año siguiente: 1936. España se precipitó en la Guerra Civil, que arrasó vidas, proyectos y esperanzas sin respetar a vencedores ni vencidos. La fortuna de la Lotería no pudo proteger a nadie de la violencia ni del miedo. Por esta razón, cada 22 de diciembre, cuando escuchamos los números cantados, surge la pregunta inevitable: «¿El dinero da la felicidad?». Creo que no, pero ofrece alivio, comodidad o un descanso merecido en los trabajos de la vida. Tal vez la felicidad no exista –la que perdura–, tal vez surja del trabajo firme, de la dignidad conquistada, de los afectos sinceros, del amor –ay, inconstante.Muchos de los que no tuvieron participación en aquel Gordo de 1935 edificaron vidas prósperas con esfuerzo sufrido, levantando piedra a piedra un futuro que no debía nada a la suerte. No sé si es o no una lección: la fortuna es esquiva, puede dejar de visitarnos, pero podemos buscarla con denuedo. A lo mejor este podría ser un crudo epitafio: «Siempre buscó la fortuna sin llegar a encontrarla».