La banda de turistas que usa citas criminales por aplicaciones de ligar para desvalijar a empresarios

Ligar nunca ha sido tan fácil, pero quizá tampoco tan peligroso. La Policía Nacional está alerta ante la posible actuación de grupos criminales dedicados al asalto de personas, generalmente utilizando la sumisión química, a las que captan mediante el gancho de citas a través de aplicaciones como Bumble, Tinder y Grindr. En el Grupo XIII de Policía Judicial de Madrid saben bien de lo que hablan: son al menos tres bandas las desarticuladas por hechos de este tipo en tiempos recientes y su comportamiento es extremadamente peligroso, hasta bordear la muerte. Hasta el punto de que ya duermen en prisión sus componentes. Se da, incluso, el 'turismo' de Tinder, podría decirse, que son los clanes que vienen a Europa expresamente para atracar a personas por este método, para luego regresar a Suramérica. El pastel se destapa cuando una persona que acude regularmente al gimnasio con amigos, por ejemplo, no va en días sucesivos. Le llaman al móvil y no responde. En su casa tampoco contesta. Y finalmente lo hallan inconsciente en la vivienda, después de 72 horas drogado por esta mafia. Uno de los casos más complicados y peligrosos comenzó cuando llegaron en 2024 desde Colombia a Barajas parejas de colombianos, hombres y mujeres, de manera escalonada. En total, fueron siete personas. «Simulaban ser novios o matrimonios para entrar en el aeropuerto, con el visado de turista, que permite la estancia de tres meses; luego descubrimos que no, que no eran parejas. Incluso algunos ni se conocían entre sí», explica a ABC el inspector al mando de las investigaciones. Venían después de hacer lo mismo en Estados Unidos y Canadá; como allí les salió bien, viajaron a Europa para continuar con sus fechorías. Porque su intención era recorrer medio continente en esos 90 días. Ya en Madrid, se alojaron primero en hoteles, porque no tenían ningún contacto aún, y luego en apartamentos turísticos. Los varones comenzaron a crear los perfiles para las chicas en la aplicación Bumble. Las mujeres eran seleccionadas previamente, querían que fueran atractivas, pero no excesivamente provocativas, porque lo que buscaban era un perfil de víctimas muy concreto: hombres de mediana edad, también jubilados, solventes económicamente, empresarios, que quieren a su lado a acompañantes con capacidad para expresarse correctamente, con presencia distinguida. Tras crear las cuatro cuentas, comenzaron a 'pescar' a los incautos objetivos. Ellas utilizaban como coartada que habían venido a España a visitar a una tía, que no conocían a nadie en Madrid y que buscaban conocer a gente nueva. La relación de confianza no se generaba de un día para otro, sino que luego seguían comunicándose por WhatsApp, y, cuando creían que era el momento, se producía la primera cita. Y a ella acudía no solo el gancho, sino también una segunda mujer, casi a modo de carabina: «Quedar sola con un hombre es peligroso en mi país…», argumentaban. Se veían primero en un bar, «para comprobar que el hombre en cuestión bebía alcohol». Si era abstemio, se marchaban y buscaban a otro. Porque lo que pretendían era terminar la velada en las casas de ellos y, aprovechando un momento, le echaban una gran cantidad de benzodiacepinas de color amarillo en la copa. «Sin control alguno», añaden los investigadores, hasta que el varón desfallecía de sueño. En esos cinco o diez minutos de algo parecido al duermevela antes de perder la consciencia, las mujeres tomaban las huellas de sus víctimas y desbloqueaban sus móviles. Entonces, argumentaban que querían pedir más bebida o solicitar un Uber y le reclamaban las claves de sus cuentas; en ese estado, los hombres se las proporcionaban. Cuando por fin despertaban, ni había chicas ni dinero en el banco. Además, se llevaban todo lo que de valor hubiera en la vivienda, desde joyas a ordenadores. Esta práctica delictiva es peligrosísima: «La primera víctima fue un hombre de mediana edad, y cuando entramos en su casa todavía se encontraba bien. Pero la última tenía 82 años, hubo que entrar por la ventana y llevaba 36 horas en el suelo». Casi no lo cuenta. Se quedaban sin voluntad entre 25 y 72 horas, según el caso, dependiendo de la cantidad de droga suministrada y la constitución física del agredido. Solían encontrarlos personas de servicio, vecinos y de su círculo más cercano. La mayoría acabó en el hospital, donde dieron positivo en ingesta de benzodiacepinas. Mientras ellas dormían hasta bien entrada la mañana en sus guaridas, la parte masculina de la banda se marchaba a centros comerciales como La Gavia y Plenilunio, sacaban dinero de las tarjetas y compraban productos hasta que llegaban al límite, sobre todo tecnológicos. Una parte lo revendían a terceros: «Al fin y al cabo, lo que querían era dinero en efectivo, que después mandaban por empresas de envío a Colombia, a sus familiares, aunque otra parte se la quedaban ellos». En una semana cometieron siete robos, uno por día. El Grupo XIII empezó a recibir caso tras caso en su despacho. Comprobaron los agentes que el perfil de las víctimas era muy similar, y arrancaron la investigación. Por lo pronto, cada día rotaban las chicas, de dos en dos, que no tenían reparos en dejarse fotografiar, incluso en los domicilios de sus presas, porque, al fin y al cabo, iban a estar un tiempo muy limitado en España y se iban a marchar pronto a otro país. De hecho, siguieron la ruta hacia la Comunidad Valenciana. En una localidad cercana a Benidorm, en la demarcación de la Guardia Civil, dieron el mayor golpe de su gira: robaron 70.000 euros en metálico a un hombre de unos 40 años en su casa. Del levante alicantino, a Barcelona. Ya es el mes de junio y entonces surge un cisma en el grupo: tres de las mujeres deciden quedarse con todo lo sustraído y largarse a Italia. Se apoderaron de 90.000 euros y varias joyas mientras sus compinches dormían. Se quedaron sin plumas y cacareando. Así que tuvieron que pedir dinero a Colombia y la única mujer que quedaba en la cédula tuvo que ponerse a 'trabajar' sola en las citas, algo que les resultaba muy arriesgado. Pidieron a su país que les enviaran dos mujeres más. Se situaron en un domicilio cercano a la Sagrada Familia, con la mala suerte, de nuevo, de que la delincuencia común de Barcelona le rompió la ventanilla del coche que tenían alquilado y se llevaron los pasaportes y todo lo demás. Paralelamente, los investigadores consiguieron identificar a uno de los sujetos porque en la venta de uno de los móviles comprados con el dinero de una víctima aportó su pasaporte. Comprobaron así que había entrado por el aeropuerto de Barajas y quiénes iban con él. De ahí, lograr su localización en la Ciudad Condal fue más fácil e incluso consiguieron un número de teléfono, que fue intervenido. Ya en Barcelona, el Grupo XIII montó una serie de vigilancias en torno al piso franco. Veían salir y entrar a los varones de la mafia a hacer compras, por lo que intuyeron que la noche anterior habían 'limpiado' a algún incauto. Adquirieron en una mañana relojes, móviles, joyas… «Así que aquella noche vimos a la mujer salir sola -narran los agentes-. Regresó a las diez y media de la mañana, tras pasar toda la noche fuera, así que sabíamos perfectamente que había estado con una víctima». Al cabo de media hora, los cuatro malhechores fueron a un supermercado a por comida y los apresaron. Como llevaban encima la tarjeta de su reciente víctima, pudieron localizar el domicilio y salvarle. No acabó ahí. Las intervenciones telefónicas ayudaron a descubrir que iban a llegar dos mujeres más desde Colombia. Al final, llegó solo una y fue arrestada en Barajas. Portaba un bote con 500 pastillas amarillas, benzodiacepinas. El caso quedó completamente resuelto en un mes. En total, esta banda cometió 13 atracos. Los cinco arrestados pretendían marcharse de Barcelona a París, y luego a Milán, Roma y Berlín, y no precisamente para visitar sus museos. La idea era regresar a Colombia en verano en barco. Al final, la Fiscalía Anticorrupción dio el visto bueno, se juntaron todos los casos en un mismo sumario y se logró atrapar también a las tres mujeres que traicionaron a sus colegas y habían huido a Italia. Ocho detenidos en total por robos con violencia, lesiones, estafas y delito contra la salud pública. Una segunda operación fue contra un joven peruano que quedaba con hombres por Grindr : quedaba con ellos en su casa, los dormía con sumisión química y conseguía transferencias bancarias. El Grupo XIII tiró de la pista de un Uber utilizado por el sujeto, que había llegado a la estación de Avenida de América de Madrid y, tras muchas indagaciones, supieron que el sospechoso venía de Guadalajara. Indagaron en todos los 'compro oro' de esa ciudad y encontraron joyas de una víctima, y así llegaron al pasaporte del autor. Pero desapareció durante un mes y fue localizado en Sotillo de la Adrada (Ávila), gracias al rastro de su móvil. Más tarde, le pararon cuando iba en coche a Guadalajara con otro peruano. Portaban mucho dinero y joyas, una de las cuales tenía una inscripción con el nombre de su dueño, que resultó ser un anciano de 82 años de Sotillo. Llevaba 36 horas tirado en el suelo. Finalmente, está el grupo de tres españoles mayores de edad y un cuarto menor de Tarancón (Cuenca) y Alcalá de Henares. Crearon un perfil en Grindr para quedar con hombres. Cuando la víctima abría la puerta de su casa al supuesto ligue, se encontraba con que venía acompañado del resto. Sin mediar palabra, entraban y le daban una tremenda paliza al tipo. Les robaban todo lo que tuvieran. Hubo media docena de asaltos. Una de las víctimas llegó a explicar: «Estaba el chico con el que había quedado, pero de repente entraron tres más y me empezaron a golpear en el suelo. Pensé que era una práctica sexual de masoquismo y les dije que eso no me gustaba». Cuando empezaron a maniatarle, recapacitó y supo que aquello no era una fiesta.