Los “cien primeros días” se han convertido en una especie de unidad de medida del poder y el servicio. No es una cifra mágica: ni garantiza que alguien vaya bien encaminado ni certifica que esté fracasando. Pero funciona como un umbral simbólico que condensa expectativas, permite ordenar el relato y ofrece un primer corte para evaluar cómo se ejerce un cargo cuando todavía no hay excusas de rodaje, pero tampoco se han agotado los márgenes de maniobra. El 13 de septiembre, José Antonio Satué tomó posesión como nuevo obispo de Málaga en una ceremonia en la Catedral. Llegaba a una diócesis grande, compleja y repleta de retos. Se reconocía abrumado, en sus primeras declaraciones a los medios de comunicación a las pocas horas del anuncio de su nombramiento en junio. Decía que Málaga le daba "vértigo". Su balance de estos meses los resume en tres palabras: “acogida, intensidad y futuro”.