La Navidad es una época de paz, amor y buenos sentimientos, pero detrás de cada detalle se superponen siglos de historia. La celebración actual es, en realidad, un collage de tradiciones con orígenes muy diversos. Aunque para el cristianismo la Navidad es el recuerdo del nacimiento de Jesús, existen dos capas muy claras. La primera es la religiosa, que marca el calendario litúrgico, pero la segunda es una capa práctica mucho más antigua, fruto del pasado de la humanidad y de la necesidad de celebrar en los momentos más oscuros del año. Mucho antes del nacimiento de Cristo, el ser humano ya buscaba una alegría en pleno invierno. En el mundo romano se celebraban las Saturnales, unas fiestas con banquetes, regalos y cierto descontrol para olvidar el frío. Más tarde, el 25 de diciembre se instituyó como la fiesta del Sol Invictus, que celebraba el renacer del sol tras el solsticio. En el norte de Europa, el Yule germánico incluía hogueras y árboles de hoja perenne para simbolizar la resistencia de la vida. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión mayoritaria, adoptó una estrategia inteligente: en lugar de crear una agenda desde cero, superpuso su celebración más importante sobre estos ritos ya existentes. Así, el nacimiento del Sol se convirtió en el nacimiento de Cristo, la "luz del mundo". Los banquetes de invierno pasaron a ser la cena de Nochebuena y las luces que espantaban la oscuridad acabaron adornando las calles de las ciudades. La idea de montar un portal de Belén en miniatura proviene de San Francisco de Asís, quien en 1223 organizó en Greccio (Italia) un belén viviente con un establo real, animales y gente del pueblo. La costumbre se extendió por las iglesias y, más tarde, Nápoles se convirtió en el gran centro de producción de figuras. A España llegó de la mano del rey Carlos III, quien importó la tradición a la corte, desde donde pasó a los hogares populares, que añadieron su propio ingenio con nuevas figuras y escenas. El árbol de Navidad, por su parte, nace en el norte de Europa, donde las tradiciones germánicas ya adornaban ramas de árboles de hoja perenne. Su salto global se produjo gracias a la reina Victoria de Inglaterra y su marido, el príncipe Alberto, de origen alemán, quienes popularizaron la costumbre en la corte británica, extendiéndose desde allí a toda Europa y al resto del mundo. Respecto a los Reyes Magos, el Evangelio de Mateo solo habla de unos "magos de Oriente", sin especificar su número, nombres ni si eran reyes. La tradición posterior fijó su número en tres por los regalos que portaban (oro, incienso y mirra), les dio los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, y les asignó una simbología que representaba las tres edades del hombre y los continentes conocidos, para transmitir la universalidad del mensaje cristiano. El viaje de Papá Noel es aún más complejo. Su origen se remonta a San Nicolás de Mira, un obispo del siglo IV en la actual Turquía conocido por su generosidad. Su figura viajó por Europa y llegó a Estados Unidos con los colonos holandeses, que lo llamaban Sinterklaas. Allí, un poema de 1823, "A Visit from St. Nicholas", le añadió el trineo y los renos, y el dibujante Thomas Nast le dio su imagen actual, más familiar y con un taller en el Polo Norte. Incluso la NBA tiene un hueco en la historia navideña. El nombre del equipo New York Knicks proviene de "Knickerbocker", un seudónimo que el escritor Washington Irving inventó en 1809 para una campaña de marketing de su libro "Historia de Nueva York". El término se popularizó tanto que acabó dando nombre a los neoyorquinos de origen holandés y, finalmente, al equipo de baloncesto. Curiosamente, el mismo Irving es considerado uno de los arquitectos de la Navidad moderna estadounidense. En el apartado gastronómico, el turrón es una herencia del mundo árabe y andalusí, una mezcla de miel y frutos secos que ya se documenta en el siglo XVI en Jijona y Alicante. Los polvorones y mantecados nacieron en Andalucía como una solución de economía doméstica para aprovechar el excedente de harina y manteca de cerdo, creando un dulce que aguantaba mucho tiempo. Finalmente, la tradición de las doce uvas de Nochevieja es sorprendentemente reciente. Aunque a finales del siglo XIX algunos burgueses ya comían uvas para recibir el año, la costumbre se masificó a raíz de una campaña publicitaria de 1909. Los viticultores levantinos promovieron la idea para dar salida a un excedente de cosecha, convirtiendo una necesidad comercial en una de las tradiciones más arraigadas del país.