Tensión en la cola, un ganador entre el público y protestas propalestina protagonizan el sorteo en el Teatro Real

El frío y las horas de espera eran ya para muchos un recuerdo cuando, a las diez menos cuarto de la mañana, uno de los niños de San Ildefonso cantó los esperados cuatro millones de euros. Han despertado esta mañana, los que han conseguido dormir, con el ansia del que presiente una posible victoria. A las seis de la mañana, la cola en el Teatro Real de Madrid daba la vuelta a la esquina. Todavía había quienes descansaban entre mantas, arropados por su saco de dormir, intentando alargar un sueño interrumpido por el frío. Han pasado la noche a la intemperie con tal de experimentar desde las primeras butacas un día que es ya símbolo inamovible de la Navidad. Para muchos, es tradición velar el sorteo de la Lotería de Navidad desde la capital y los que repiten suelen encontrarse año tras año en este mismo lugar. El Quijote de la Lotería, un fraile y un arlequín, junto con otros familiares y amigos, llevan siete días haciendo turnos para entrar en el teatro. Un poco más atrás, andaluces, madrileños y vallisoletanos confluyen en la cola. No se conocían, pero la Lotería ha unido a quienes llevan desde las dos de la mañana a la espera de entrar en el Teatro Real. Con gorros de Papá Noel, cantan villancicos café en mano. « Una experiencia chula , pero hace mucho frío, aunque hay que hacerlo una vez en la vida«, cuentan. Es en torno a las siete y media las puertas de cristal se han abierto para dejar paso a una caravana de personas enfundadas en los más variopintos disfraces, no exentos de un aire circense, que han tomado posesión del Teatro Real. Quique viene desde Alcalá de Henares y va vestido del dibujo televisivo Goku para la ocasión. Es su primer año y viene solo, lleva toda la noche en la cola. Cuenta que, a lo largo de la madrugada, han pasado «tres o cuatro» patrullas de policía para poner orden debido a tensiones causadas por personas que se han guardado el turno. «Se ha colado muchísima gente», cuenta. Sostiene que, mientras unos pocos esperaban, otros muchos se colocaban al principio de la fila a primera hora, suscitando el reproche de la parte final. «Al final, los que llevan toda la noche esperando no pasan por su culpa», dice Quique. Así lo corroboran varias personas de la fila, como Estrella y sus amigos, que vieron a múltiples personas llegar en coches en torno a las cuatro de la madrugada. Hablan de decenas, e incluso han oído que se vendían entradas unos a otros. «Es una mafia», cuentan. Ya en el interior del teatro, fruto de esta disputa, gran parte de la grada ha abucheado a alguno de los participantes que presuntamente se habían colado. «He entrado y se me han puesto los pelos de punta, son mucho años viéndolo a través de la televisión y no me creo que esté viéndolo en directo, va a ser un regalo para toda la vida», asegura Carlota, de Málaga, entre lágrimas. Ha pasado la noche sola en la fila, aunque ahora va acompañada por «personas estupendas» de las que se ha hecho amiga durante la espera. En el interior del Teatro Real no reina el riguroso silencio que cabría esperar y las voces de los niños de San Ildefonso no son las únicas que adornan la ocasión. Con cada premio, la grada parece entrar en ebullición. Mientras tanto, habla y aplaude. También se levanta y reivindica. Un grupo de entre diez y veinte personas, aprovechando el cambio de una pareja de niños por otra, se ha puesto en pie al grito de «mil millones por Palestina ». La seguridad ha acudido rápidamente a pedir que se sentasen y, poco después, han abandonado el salón. «Nos han dicho que la próxima vez que reivindicáramos nos iban a desalojar, así que hemos decidido desalojarnos nosotros», asegura una de las activistas. El sonido estrellado de unas bolas chocando con otras en el interior del bombo era el preludio de los premios que se anunciarían en la velada, como el Gordo, que ha salido en torno a las diez menos cuarto bajo el griterío de un teatro que lo esperaba con ansia. Ninguno de ellos ha sido el afortunado, aunque sí ha caído en este teatro el quinto. Miguel Ángel, aunque emocionado por su décimo, que llevaba en solitario, asegura que «no es gran cosa». Hace seis años que le tocaron los cuatro millones. Él es uno de los afortunados que han anunciado las bolas que, con su caer, sonaban sobre el pequeño tarro de cristal, antes de ser recogidas y anunciadas por las voces blancas de los niños, antes de cambiar vidas.