Bajo un ambiente festivo, el Auditorio Nacionalse convirtió en un bosque nevado de ensueño, en donde la Compañía Nacional de Danza desplegó durante estos días su versión de El Cascanueces, de Chaikovski, y ¡qué sorpresa tan radiante regaló al público! Además de compartir un ballet clásico, cada función ha sido una explosión de alegría navideña, un torbellino de tul, nieve artificial danzante y melodías que erizaban la piel, dejando al público con sonrisas perpetuas y aplausos que retumbaban como fuegos artificiales en la sala.La reinterpretación fresca de dicho montaje fusiona el cuento de Hoffmann con toques de nuestra cultura festiva.La orquesta con su ensamble sinfónico se robó el corazón de las funciones, amplificado por la acústica del Auditorio Nacional. Desde las primeras notas de la Obertura, con esos violines que susurraban como copos de nieve cayendo hasta el Grand Pas de Deux del acto II, donde los violonchelos rugían con pasión ardiente, cada músico era un mago. ¡Qué lujo escuchar en vivo cómo los timbales imitan el galope de ratones en la legendaria Batalla de los Dulces, resonando en cada rincón del vasto recinto! Los metales brillaban como estrellas en el vals de las Nieves, elevando a los bailarines a alturas imposibles. Los instrumentos juguetones daban vida al Rey Ratón con un gruñido cómico que provocó carcajadas, y pintaban el divertimento con destellos de cristal. ¡Y el clímax! En la danza China, los oboes y flautas se entretejían con percusiones latina. Esta orquesta no acompañaba: ¡protagonizaba! envolviendo el escenario en un manto sonoro tan vivo que parecía danzar con los cuerpos en el aire, potenciado por la magia auditiva del Auditorio Nacional.En el escenario, la sorpresa se multiplicaba. Clara radiante de ojos curiosos irrumpió con la energía de una niña mexicana en vísperas de posada. Su salto al mundo de los juguetes, cuando el Cascanueces cobra vida en las manos de un Drosselmeyer misterioso, fue puro júbilo: ratones con máscaras, soldados de nuez con turbantes. La batalla fue un caos delicioso: ¡los ratones rodando por el piso con colas, el Cascanueces blandiendo una espada de chocolate! Luego, el Reino de los Dulces: la hada de azúcar flotaba sobre nubes de tul rosa, mientras las danzas exóticas desfilaban con gracia explosiva. La danza Árabe, sensual y ondulante, con velos que serpenteaban como humo de incienso.La danza Rusa, con cosacos volando que desafiaban la gravedad, de los más aplaudidos como un jardín en erupción.Bailarinas en tutús multicolores giraban como pétalos en tormenta, sus brazos extendidos capturando la luz en un remolino cegador. Cada pirueta era una promesa de felicidad, cada relevé un suspiro colectivo de admiración.Pero la verdadera magia radicaba en los detalles que sorprendían a cada giro. Los vestuarios, un derroche de lujo: corsés bordados con hilos de oro para las flores, capas de terciopelo para el Ratón Rey, y un Cascanueces reluciente. El público, un mosaico de familias enteras, abuelos con ojos brillantes y jóvenes hipnotizados, estallaba en ovaciones tras cada acto.“¡Es la Navidad que México necesitaba!”, comentó una espectadora al final, mientras la escuchaba Esteban García, un joven de Chiapas que atrapado por el espectáculo de El Cascanueces, decidió al lado de Dany, su acompañante, hacer una larga fila para tomarse la foto del recuerdo en el sillón gigante, que en años anteriores formó parte de la escenografía del tradicional ballet.Esta función no fue sólo un espectáculo: fue una inyección de gozo puro, una sorpresa que recordaba por qué el arte nos salva en tiempos grises.¡Atención, amantes de la danza! Esta temporada de El Cascanueces culmina este 23 de diciembre con su última función en el Auditorio Nacional. Boletos en taquilla o en línea, corran, que el espíritu navideño vuela alto y sólo queda un día para unirse a la fiesta.PCL