Fue la pasada Navidad, en Londres, cuando Charo Barca descubrió la instalación que acabaría inspirando el Jardín Infinito, una iniciativa solidaria que estas fiestas brilla con luz propia en Santiago. Acababa de perder a su padre de forma repentina y decidió viajar junto a su madre a la capital británica, donde reside su hija Ángela. Allí, alguien les habló de un proyecto vinculado a una entidad benéfica, concebido como un espacio de memoria para los seres queridos fallecidos. «A las tres nos sobrecogió lo hermoso que era. Y ahí comenzó ese runrún de por qué no hacer algo así aquí», explica la presidenta de la Fundación Andrea, una entidad que desde hace diecinueve años presta apoyo a familias de niños con enfermedades de larga duración, crónicas o terminales.