Cada final de año trae consigo un ritual compartido: balances, deseos y propósitos. Pero hay momentos en los que ese ejercicio va más allá de lo simbólico y se convierte en una obligación cívica. No para celebrar lo hecho sin matices, sino para preguntarnos si estamos preparados para lo que viene. Porque 2026 no se abre como una hoja en blanco, sino como la continuación de un tiempo complejo, exigente y profundamente político.